Si se tratara sólo de contar una historia, todo sería más sencillo, pero yo entiendo que una película es como un viaje que no se sabe muy bien a dónde te va a llevar. Y si nadie me restringe el camino, yo seguiría caminando eternamente- Wong Kar-wai.
Ayer me vi Happy Together (1997), la última película que me quedaba del cuarteto principal de la filmografía de Wong Kar-wai, el hombre detrás de clásicos asiáticos como Fallen Angels (1995) y In The Mood For Love (2000). Siendo honesta con su trabajo, se merecía una entrada propia en la que ahondase en sus cintas a modo de homenaje. Así que, si lo conoces, bienvenido a un viaje interpretativo desde mi perspectiva y si es la primera vez que escuchas su nombre, te recomiendo encarecidamente que le des una oportunidad.
Breve biografía del director
Wong Kar-wai vino al mundo en Shanghái en 1958, pero a los cinco años se mudó con su familia a Hong Kong, escapando de los tumultos de la Revolución Cultural en China. Con tan solo el dominio del mandarín, le costó adaptarse al cantonés e inglés, convirtiéndose en un joven introvertido que encontró su voz a través del lenguaje del visual y la cinematografía.
Tras graduarse en Diseño Gráfico en la Politécnica de Hong Kong, Wong encontró su primer paso hacia el cine trabajando como guionista en televisión local. Esta etapa marcó el inicio de su inmersión en el mundo del cine, escribiendo para series locales mientras exploraba otras oportunidades como guionista, acumulando una notable cantidad de obras acreditadas y no acreditadas, sumando un total aproximado de cincuenta trabajos.
Exploración cinematográfica
Lo anticipaba la revista Jot Down en una de sus publicaciones sobre el director: Hong Kong fue durante mucho tiempo la tercera potencia cinematográfica detrás de Hollywood y Bollywood, aunque predominaban en ella las temáticas de acción. Artes marciales, gángsteres y persecuciones eran las apuestas corrientes entre las productoras en pleno fenómeno Bruce Lee y Jackie Chan. Wong Kar-wai decidió apartarse de esta industria en su máximo apogeo, a pesar de sus posibilidades comerciales. No buscaba hacer cine fácil; su objetivo era explorar las profundidades emocionales del ser humano y crear obras que reflejasen su interés por el intimismo. Aunque podríamos mencionar su fase inicial, considero que la parte más fascinante de su filmografía se encuentra en los siguientes títulos: Chungking Express (1994), Fallen Angels (1995), Happy Together (1997) y In the Mood for Love (2000). Todas comparten características temáticas e incluso algunos actores.
Su indiscutible estilo
La filmografía del director asiático se centran en un carpe diem fotográfico, el presente es lo único que importa y se debe capturar con mimo. Lo que estamos viviendo está a punto de ser olvidado, por eso, la cámara lenta insiste en la importancia de apreciar esos detalles mundanos, esos episodios de la vida que pasan desapercibidos por el ritmo frenético al que nos hemos visto expuestos. La distorsión de los colores se une generando la sensación vertiginosa de estar observando un recuerdo antiguo en una cámara deteriorada. Como si volviésemos a revisar las memorias de la juventud de los actores.
Hay una palabra que describe con gran exactitud este tipo de cine: onírico. La sensación de estar viviendo un sueño marcado por un drama estético. Incluso la ciudad se convierte en un personaje de la historia al ganar tanta relevancia en las escenas. Son agujeros de consumismo, vacío y lujuria, donde las almas caminan sin rumbo tratando de sentirse menos solas, aunque su incapacidad para conectar las aleja incluso cuando parecen tocarse. Aun así, el director entiende que en esas circunstancias existe una belleza sincera que trata de iluminar bajo su foco. Lo bello de la honestidad de la imperfección y el desastre. Un cúmulo de interacciones sutiles enmarcadas en un escenario oscuro, con cierta influencia del universo ciberpunk. No es de extrañar que posteriormente Sofia Coppola se dejase influenciar por el director para crear una obra similar en características con In The Mood For Love, Lost In Traslation (2003). Las ciudades asiáticas parecen haberse construido para explotar este tipo de historias. Personajes incomprendidos en núcleos solitarios, a pesar de que, como dijo Kase O, la ciudad nunca duerme. Quizás nace de esa hiperpoblación fusionada con un entorno vibrante lleno de posibilidades la sensación de no pertenecer a ningún sitio en concreto.
Wong Kar-wai convierte la trama en un aspecto secundario, dirigido por la imagen y el sonido, protagonistas indiscutibles de sus piezas, envolviendo al espectador en un abrazo sensorial. Igualmente, la elección temática no es trivial, sigue una serie de patrones recurrentes que podemos identificar en cualquiera de sus piezas. El romance, normalmente trágico, tóxico o imposible, el desamor, la soledad en el entorno urbano, el paso del tiempo y la nostalgia. Los caballos del apocalipsis de los personajes de sus películas, abrumados por sus emociones en ciudades que actúan como jaulas, escaparates neones con animales presos de sus penas, incapaces de salir de sus bucles autodestructivos. Sus intentos por tratar de conectar son en vano, puestos que están sentenciados a deambular solos por la penumbra metropolitana.
Incluso una de las armas más poderosas del cine: el diálogo, se ve resumido a interacciones breves, donde su existencia es imprescindible. En cambio, se hace uso de una voz narradora que actúa como conciencia, contando las emociones profundas de los personajes. El director expone a seres imperfectos, adúlteros, con discapacidades, violentos, ladrones, como una especie de justificación de su falta de voluntad para desarrollarse emocionalmente y lograr sus objetivos. Quizás uno de los más importantes es el amor, un brebaje que se da en pequeñas dosis, ilusionando al espectador con que habrá un final feliz, para después arrebatárselo de un tirón. Persona correcta, momento incorrecto, interacciones tóxicas, conexiones perdidas, son predilectos a la hora de mostrar los vínculos entre los personajes de sus obras. Podría pensarse que en su filmografía el amor está maldito o que simplemente ha sido lo suficiente valiente para mostrar una capa del crudo realismo detrás del romanticismo. Además de, por supuesto, incluir una crítica implícita en todos esos comportamientos erróneos que nos mantienen estancados. Su obra es una caricia visual a las pupilas, pero también un puñetazo directo al corazón. Un baño de agua fría para las pasiones más desenfrenadas.
Mi pieza favorita
Entre las obras de Wong Kar-wai (aunque hay diversas opiniones sobre cuál es su mejor película) tengo que destacar de manera especial dos piezas que inicialmente fueron concebidas como una sola: Chungking Express y Fallen Angels.
En ambas películas, Takeshi Kaneshiro se convierte en un eje central de la trama, asentada sobre historias interconectadas que exploran la complejidad de los laberintos mentales de los personajes y la soledad en el medio del bullicio metropolitano. Me fascinan especialmente las películas que apuestan por una narrativa fragmentada, porque suelen ofrecer un viaje exploratorio del ser humano. En estas se muestra como un animal social que necesita el contacto para sentirse completo. La carencia de este lleva a una profunda insatisfacción emocional y existencial. Para mí, el director ha sido capaz de no solo crear una experiencia cinematográfica de gran valor visual y auditivo, sino también emocional y existencial. Sus cintas capturan la esencia de la búsqueda de conexión humana en un mundo cada vez más fragmentado y despersonalizado.
Es fascinante cómo nos dejamos hipnotizar por rostros perdidos en estética retro. Incluso yo he pasado por esa fase de querer recrear la tonalidad verdosa de Fallen Angels mientras mi mente circulaba por Santiago de Compostela, una ciudad que contrasta enormemente con Hong Kong, aunque comparta algunos locales de ramen iluminados por neones para atraer a los occidentales. Si al llegar aquí te he abierto un poco la curiosidad me daré por satisfecha. Te espero entre los neones. Hasta la próxima entrada del blog.
Lucía