Romper el hielo
La mayor parte de las veces que escribo lo hago para mí, la otra, para la carrera. Alguna vez para mi novio, una amiga, o mi madre. Las palabras se quedan atrapadas en mi bloc de notas del móvil o cualquier libreta antigua, en un cajón, cogiendo polvo, mudando de piel, entre otros libros, esperando a ser recuperadas.
La realidad es que sigo creando, en el bus de camino a clase, subiendo la cuesta hasta mi casa, tomando algo, leyendo un libro, en el tren, mi cabeza no se toma un momento de descanso, y todo lo que creo forma un islote en mi mente, un espacio seguro al que recurro cuando no me gusta el mundo exterior ni las personas. O estoy cansada de interaccionar con ellas.
Rara vez retomo mis pasos para recapitular lo que he escrito o enseñarlo, darle color a las frases, que se quedan como una idea vacía, de un momento pasado. Como los trabajos de clase, que ocupan mi vida intensamente unas semanas hasta que les doy a enviar y desaparecen. A veces me da pena dejar marchar tantos proyectos, bocetos, ideas, despedirme de ellos sabiendo que posiblemente no vuelvan.
Me siento en paz escribiendo y posiblemente esa sea la razón de haber creado este lugar, hacerlo en voz alta, y no solo en minúsculas, susurrando. Mi voz interna no se calla, quiero probar a darle volumen y ver qué pasa. Ofrecerle a todo eso que escribo cuando estoy a solas un espacio dónde vivir, y poder recurrir a ellos cuando lo necesite(is).
Gracias por leerme.
Espero verte de nuevo por aquí.
Atentamente, Lucía.