Crónica de una viajera low cost frustrada
La verdad es que viajar en avión low cost es todo menos low stress. Especialmente si eres gallego y tienes que lidiar con la falta de opciones de vuelos directos desde los aeropuertos de la región. Porque claro, para muchos destinos tienes que ir primero a Madrid o, lo más irónico, cruzar la frontera hasta Oporto. Esto no solo te roba tiempo, sino también dinero. ¿El resultado? El viaje low cost deja de ser tan low cost. No solo pagas el billete de avión, sino también los autobuses, trenes, taxis o incluso gasolina y billetes para llegar al aeropuerto. Y luego, cuando haces cuentas, te das cuenta de que ese "chollo" que encontraste en Internet no es tan chollo después de todo. La factura final puede quitarte las ganas de planear tu próxima escapada.
Ahora bien, si eres de los afortunados que pueden permitirse pagar (o de los que han perfeccionado el arte de buscar gangas), déjame decirte que la temporada baja es tu mejor aliada. Sí, los precios bajan, las colas son más cortas y hasta los aeropuertos parecen menos hostiles, pero claro, todavía quedan unas cuantas piedras en el camino.
El arte de complicar lo simple: viajar low cost con Ryanair
Aerolíneas como Ryanair se proponen complicar los viajes low cost volviéndolos una estafa para el viajero. La compañía promete ofertas que permiten al usuario viajar, pero ¿a qué precio? Hacerlo como una sardina enlatada que trata de moverse en un cubículo asfixiante. Además, podrás llevar únicamente una pieza de equipaje de mano: una mochila o bolsa personal pequeña (40 x 20 x 25 cm) que debe caber debajo del asiento delantero. El bolso o riñonera debe estar dentro de ella. Tanto da que necesites a tu alcance una serie de enseres básicos para tu vuelo, deberás de llevar todo dentro del equipaje de mano, a punto de estallar. Una medida que obliga al viajero a 1) pagar por la maleta de cabina, 2) pelearse con su bolsa para que no rompa alguna de las cremalleras o 3) esconder sus pertenencias y con suerte esquivar la multa.
Pasando el control de seguridad pude observar cómo una procesión de viajeros era sometida al infame "test de la caja metálica", ese artilugio en el que debes insertar tu mochila o maleta para comprobar si cumple las medidas. Lo curioso es que incluso quienes habían pagado por la maleta de cabina también sufrieron esta prueba. Si la maleta sobresalía unos centímetros –o peor, milímetros–, la respuesta era tajante: 50 euros más de penalización, el doble del precio que habrías pagado por añadirla al hacer la reserva. No faltaron las escenas de frustración. “Pero si es la mochila de Amazon, cumple las medidas”, se escuchaba entre insultos y quejas. Las alternativas eran iguales de absurdas: “Trata de sacar cosas y ponértelas encima”, sugería una empleada en un inglés cortante. Y así, con la dignidad a prueba, muchos viajeros se despedían de sus souvenirs locales o, como yo, optaban por camuflarse. Mi estrategia fue esconder el bolso bajo el anorak, una maniobra que me hizo parecer más un dromedario que una pasajera. Al pasar el control, asfixiada por las capas de ropa (un gorro, bufanda, pasamontañas, jersey, camiseta y medias térmicas y hasta bragas debajo de los pantalones), respiré aliviada cuando una empleada revisó mi mochila y dijo: “Está bien, pasa". Estrafalaria, sí, pero también apañada.
Nada nuevo en el cielo low cost
La aerolínea irlandesa ha sido objeto de varias sanciones a nivel nacional e internacional debido a prácticas comerciales abusivas, falta de transparencias y vulneración de los derechos de los pasajeros. En noviembre de 2024, el Ministerio de Consumo de España multó a Ryanair con 107,7 millones de euros como parte de un paquete de sanciones a aerolíneas de bajo coste (entre las que también se encontraban Vueling, Easyjet, Norwegian y Volotea). Entre los puntos citados en dicha multa se encuentran el cobro por el equipaje de mano, ya que según la normativa española de protección al consumidor, el equipaje de mano es un elemento esencial del transporte y no debe estar sujeto a tarifas adicionales; el cobro por la elección de asiento contiguo en el caso de menores y personas dependientes y sus acompañantes; la falta de transparencia en cuánto a tarifas y costes extras al seleccionar el billete, la prohibición de pago en metálico en algunos aeropuertos y la imposición de un cargo por reimpresión de tarjetas de embarque.
En su defensa, Ryanair emitió un comunicado donde calificaba las multas como "inventadas" por el Ministerio de Consumo por “razones políticas”, argumentando que estas violan la legislación de la Unión Europea. Según ellos, la aplicación de tarifas adicionales, como las del equipaje de mano, es clave para mantener sus costes bajos, lo que les permite ofrecer precios competitivos a los viajeros.
Los Airbnb como plaga contra el acceso a la vivienda
El sector hostelero ha sido sacudido por el fenómeno de Airbnb, una plataforma fundada en 2008 que conecta a personas que buscan alojamiento con anfitriones interesados en alquilar sus propiedades. Una alternativa que, si bien ha revolucionado la forma de viajar, está contribuyendo a un grave desequilibrio en el mercado de la vivienda, tanto dentro como fuera de España, al impulsar el aumento de los alquileres a favor de estos espacios turísticos.
En pleno barrio judío de Budapest, por ejemplo, algunos portales se llenan de cajas con códigos que dan acceso a múltiples apartamentos residenciales transformados en alojamientos turísticos. Estos espacios se han convertido en rivales directos de los hoteles y hostales de la ciudad, pero también en una amenaza para los habitantes locales, que ven cómo sus barrios se convierten en destinos turísticos antes que en hogares. Aunque la plataforma ofrece una mayor variedad de opciones para acceder, a menudo con precios más asequibles, han surgido numerosos inconvenientes tanto para los usuarios como para la sociedad en general. Entre ellos, se encuentran la inconsistencia en la calidad del hospedaje, la aparición de tarifas y costes ocultos, y las cancelaciones de última hora por parte de los propietarios, que afectan la confianza en el servicio.
No obstante, el impacto negativo de Airbnb se amplifica al observar su efecto global en las comunidades locales. En ciudades populares, como las principales capitales europeas, muchos propietarios han optado por convertir viviendas residenciales en alojamientos turísticos, reduciendo la oferta de vivienda para los residentes locales y encareciendo los alquileres. Este fenómeno provoca el desplazamiento progresivo de los habitantes de los barrios céntricos o turísticos, quienes se ven obligados a mudarse a las zonas periféricas o barrios de menor interés. Así, Airbnb contribuye a la gentrificación, transformando los barrios en espacios inaccesibles para sus habitantes originales y priorizando el turismo sobre la vida cotidiana de las comunidades.
Como respuesta a este problema, el Gobierno español ha implementado, desde el 2 de enero, una nueva normativa sobre contratos de corta duración. A partir de ahora, cualquier propietario que desee alquilar su vivienda deberá registrarse en una base de datos nacional y obtener un permiso antes de publicarla en plataformas como Airbnb. Además, el país ha propuesto aumentar el IVA de los alquileres de corta duración , equiparándolo al 10% que pagan los hoteles, con el objetivo de regular esta actividad y reducir su impacto en el acceso a la vivienda.
Turismo sí, pero ¿a qué precio?
Exprimir al pasajero o arrinconar a los residentes locales se está convirtiendo en la norma. Tanto Airbnb como las aerolíneas low cost, que una vez fueron presentadas como opciones accesibles para democratizar los viajes, parecen haber evolucionado hacia modelos que generan desigualdad y frustración. Lo más preocupante es que ni las multas ni las sanciones gubernamentales parecen suficientes para frenar esta tendencia. Sus ganancias colosales les otorgan una estabilidad que ni siquiera las multas millonarias logran tambalear.
Por un lado, los viajeros se enfrentan a políticas abusivas que convierten cada etapa del viaje en un desafío. Desde las tarifas ocultas y restricciones absurdas de las aerolíneas hasta los costos extra en alojamientos "supuestamente económicos", la experiencia de viajar se aleja cada vez más de esa ilusión de accesibilidad y comodidad que prometen estas empresas.
Por el contrario, las comunidades locales sufren las consecuencias de un turismo mal gestionado. Los residentes de ciudades turísticas ven cómo los alquileres se disparan, cómo sus barrios pierden identidad y cómo son desplazados hacia las afueras. Mientras tanto, los inversores y anfitriones que priorizan los beneficios sobre el bienestar comunitario siguen expandiendo un modelo que pone en jaque la esencia misma de muchas ciudades.
¿La solución? La pasividad nunca lo será. Los gobiernos deben ajustar las regulaciones y garantizar su cumplimiento. Las comunidades deben alzar la voz para proteger sus derechos. Y los viajeros, como consumidores, tienen un papel crucial: informarse, elegir alternativas responsables y ser conscientes del impacto que generan sus decisiones.