Atrapada con el minotauro
Acostumbrada a consumir los informativos televisivos, donde día tras día se anuncia el asesinato de una nueva mujer, de una madre, hermana, hija o amiga, debería estar más que preparada para enfrentarme a los peores demonios de nuestra sociedad. Las floristerías han aumentado su producción para alcanzar todos los velatorios prematuros que protagonizan las noticias. Voces que son apagadas a la fuerza porque otro así lo ha decidido. Dante, sorprendido, podría haber inventado un círculo más en su Divina Comedia para abarcar a todos los que perpetúan la violencia contra las mujeres. Sin embargo, incluso en una sociedad que ha normalizado el terror como parte de su rutina, en la que la sangre ha sustituido el fluir del agua y los cementerios se llenan de personas cuya hora aún no había llegado, surgen hechos que consiguen erizarme la piel.
Hace unas semanas, mientras leía las últimas noticias, me encontré paralizada. A veces, el nombre de una mujer anónima se viraliza, y raramente es por algo positivo. En este caso, lamentablemente, la francesa Gisèle Pelicot se ha convertido en una figura pública a nivel nacional e internacional. No obstante, prefiero referirme a ella simplemente como Gisèle, ya que el apellido que lleva es el de su marido, un auténtico monstruo del que quiero separarla. Para quienes desconocen la historia, la resumiré brevemente, aunque advierto que puede herir la sensibilidad de algunos lectores.
Gisèle es una mujer francesa de 71 años cuya vida, aparentemente normal, esconde un terrible secreto. Durante años, fue víctima de sumisión química a manos de su propio marido, quien ofrecía el cuerpo inerte de su esposa cada noche a distintos hombres para satisfacer sus macabras fantasías. Dominique Pelicot fue arrestado en septiembre de 2020 en un escenario peculiar, un supermercado, donde fue sorprendido fotografiando debajo de la falda de las clientas. Durante la investigación, la policía descubrió en sus dispositivos electrónicos una aplicación con la que concertaba citas con desconocidos y una carpeta titulada "abuso", que contenía un archivo completo de vídeos de violaciones. Gisèle, en un estado "casi comatoso", según fuentes policiales, permanecía así debido a una fuerte dosis diaria de Temesta, una benzodiacepina con efectos sedantes, relajantes y amnésicos. Esta droga, suministrada por su marido, empujaba a la francesa a una oscuridad que solo pudo comprender y reconstruir gracias a las grabaciones.
Hasta 92 hombres se reunieron con Dominique en su domicilio, entrando al dormitorio donde descansaba la víctima, drogada, desnuda e indefensa. Un escenario propio de una película de terror que se repetía noche tras noche. Nuevas caras y otras que reincidían en ocupar el lecho de Gisèle, ignorando sus ronquidos, sus párpados cerrados y la debilidad de sus extremidades esparcidas sobre la cama. Para estos 92 hombres, Gisèle no era más que un cuerpo que poseer, más cercano a una muñeca hinchable que a un ser vivo. Ni siquiera su marido solicitó como requisito necesario el uso de preservativos para protegerla; claro que, la protección está vinculada con la humanidad, y aquí solo había bestias.
El caso de las violaciones de Mazan se ha convertido en el mayor proceso judicial por violación mediante sumisión química en la historia del país. Los abusos ocurrieron entre julio de 2011 y octubre de 2020 en Mazan, al sureste de Francia. Gisèle fue violada durante nueve años, en los que ninguno de los implicados, ni siquiera su esposo, sintió el menor remordimiento por ella. Cincuenta acusados, de entre 26 y 74 años, se sientan hoy en el banquillo junto a su marido. Son hombres sin patologías mentales, casados, padres de familia, vecinos comunes, profesionales de distintas áreas, rostros con los que nos cruzamos a diario. De cada diez desconocidos que acudían a la casa de Pelicot, solo tres se negaron a participar; ninguno de ellos denunció lo que estaba sucediendo. Un caso que ilustra el pacto de silencio y la hermandad entre violadores.
Al informarme sobre este caso, no pude evitar pensar en el minotauro, una bestia mitológica, mitad humana, mitad toro, que devoraba a todo aquel que osara entraría en su guarida. Aunque tenía un aspecto semihumano, su ferocidad era indiscutible. Múltiples jóvenes perdieron la vida como ofrendas para saciar su sed de muerte. Algo similar ocurre con la historia de Gisèle, víctima de su verdugo, su propio marido, ser humano por fuera, minotauro por dentro, quien no solo violentó su cuerpo, sino que cedió a su presa a otras muchas bestias.
Sin embargo, en esta historia, Gisèle se ha convertido en su propio Teseo derrotando a sus bestias. A pesar de que el Ministerio Público francés solicitó un juicio a puerta cerrada, la francesa se rebeló y sentenció: "Que la vergüenza cambie de bando". Las grabaciones de las violaciones están siendo mostradas en las audiencias judiciales, pruebas irrefutables que no dejan espacio para las excusas de los acusados. Aun así, Gisèle describe lo humillante que resulta escuchar a los abogados de la defensa intentar rebajar la gravedad de los actos de sus clientes, alegando que creían estar en un "juego de rol" con el matrimonio, donde ella fingía estar inconsciente.
Quiero destacar especialmente una cita de la francesa: "Era un padre atento, con quien compartía momentos difíciles, vacaciones, cumpleaños, navidades. Estas madres, hermanas, mujeres, han contado que sus hermanos y maridos eran excepcionales. Yo también tenía un hombre excepcional". Por eso, "el violador no siempre te lo encuentras en un estacionamiento a altas horas de la noche. También puede estar dentro de tu familia, de tus amigos". Su testimonio advierte sobre una violencia que a menudo queda silenciada: aquella que ocurre en las relaciones de pareja, matrimonios o entre amigos. Además, alerta sobre un perfil de violador mucho más amplio de lo que pensamos. El novio de tu amiga que la despierta penetrándola por las mañanas o en medio de la noche "porque hay confianza y al ser su pareja, tiene derecho"; el amigo que en una fiesta se pega a ti o te manosea y se justifica diciendo "estoy bromeando"; la mujer casada que, a pesar de decir que no quiere tener sexo, que está cansada, acaba cediendo porque su esposo no la deja en paz. Todas esas conductas, normalizadas por el vínculo afectivo, son abuso sexual y/o violación. Es fundamental desvincular la idea del violador de esa connotación anónima, porque la gran mayoría no son desconocidos que te atacan en un callejón: son rostros de nuestro entorno.
Aunque la fortaleza de Gisèle ha inspirado a otras mujeres a denunciar la violencia, estamos ante una persona completamente destruida que acaba de descubrir que su compañero de vida la ha traicionado de la forma más atroz. De su caso podemos sacar la importancia de reconocer la violencia dentro del hogar y el círculo íntimo, identificar estas dinámicas y denunciarlas. También hay que hacer especial énfasis en que el silencio y la inacción te vuelven cómplice de los agresores. La participación de tantos hombres en estos actos, sin cuestionar su moralidad o ilegalidad, revela cómo la violencia de género puede ser "normalizada" por aquellos que miran hacia otro lado o deciden no involucrarse. Además, estos hechos nos recuerdan que el perfil de un abusador o violador no siempre corresponde a estereotipos de personas marginales o desconocidos. Esto nos obliga a repensar el concepto de agresor, intensificar la vigilancia en nuestro entorno, establecer límites dentro de la sexualidad y, en el caso de que se vean sobrepasados, tomar medidas.
Gisèle resume su actitud en el proceso con una frase que quisiera usar para cerrar este artículo: "No es valentía; es voluntad y determinación para hacer avanzar a la sociedad".
Lucía