Un saludo a todas mis otras vidas

Hoy me he despertado pensando en ella. La que se habría matriculado en publicidad porque desistió de su primera opción. Viviendo en una ciudad al lado del mar, con otros amigos, incluso otro amor. Recorriendo cafeterías de la mano de otras personas, que quizás nunca llegaré a conocer. También pienso en qué habría pasado si de niña me hubiese esforzado con las ciencias. ¿Sería hoy psiquiatra? Estaría investigando todas esas enfermedades que hoy leo con curiosidad desde la distancia, como quien anhela con viajar a la luna sabiendo que es una posibilidad demasiado remota. Remontándome en el tiempo, no puedo ignorar otros pequeños sueños, como ser veterinaria en una granja apartada del mundo, donde poder curar a los animales y reencontrarme conmigo misma, alejada de los estímulos de la urbe. O la que una vez fantaseó con ser modelo en las grandes pasarelas americanas. Viviendo en un pequeño apartamento en Manhattan y bebiendo cócteles carísimos en compañía de grandes iconos de la moda. Luego recuerdo a la lucia que entró en periodismo, la que tonteaba con ser corresponsal de guerra en un país lejano. O al menos poder vivir nómada, cruzando las fronteras en busca de las últimas noticias. Aportando la información más real a través de la cámara de mis pupilas. 

Hablando con mi abuela hace un par de noches, le explicaba lo frustrante que es querer hacer tantas cosas en tan poco tiempo. Ella me contó que cuando era joven se obsesionaba cada cierto tiempo con un tema. Desde la historia y mitología egipcia, pasión que heredé y pude cultivar desde niña, a través de los múltiples libros que encontraba por casa. Hasta la astronomía, que se trasladó de las propias constelaciones a los libros y películas de ciencia ficción. También tuvo tiempo para interesarse por la herbología, recogiendo plantas que posteriormente almacenaba con cuidado en la despensa. Las plantas siempre han estado presentes en su vida, en diferentes formas y espacios. Quizás los hobbies o pequeñas obsesiones son vías de escape para todos esos sueños frustrados que se nos quedan en el bául. Fragmentos de otras vidas que nunca, por cuestión de tiempo, dinero o voluntad, llegarán a ser. 

¿Con cuántas cosas nos obsesionamos a lo largo de una vida? ¿Qué hay detrás de esos intereses?, y sobre todo, ¿cuántas cosas haríamos si tuviésemos más vidas? 

Imagina que esto es un videojuego como los Sims 4. Puedes crearte a medida, desde tu físico hasta tus rasgos personales, aspiraciones o tono de voz. En el escenario eliges una pequeña casa, sin mucho lujo, para partir de cero. Buscas un trabajo que te permita pagar las facturas, comprar un par de muebles y alimentarte. Poco a poco vas mejorando la vivienda, a la que se suma un perro, que has adoptado para que te haga compañía. Sales a relacionarte por el barrio con tus vecinos, haces amigos e incluso, en una de tus salidas, conectas con alguien. Es el comienzo de un vínculo que, como consecuencia, dará lugar a un par de hijos. Os casáis e investigáis los mundos que el juego te proporciona, viajando a orillas del mar o a una cabaña en el bosque. Sin embargo, llega un momento en que te cansas de jugar con el mismo personaje. Ya has explotado al máximo su historia, sus relaciones personales y su bolsillo. Te has aburrido de esa vida, así que creas un nuevo personaje, igual en este caso completamente opuesto al primero. Utilizas códigos para volverlo millonario, creando así una mansión rodeada de piscinas con todos los lujos posibles. Puedes crear habitaciones muy completas con los muebles más caros. No necesitas ni buscar trabajo gracias a los códigos. Empiezas a relacionarte de forma compulsiva, buscando problemas entre los personajes para entretenerte. No obstante, vuelve a ocurrirte lo mismo. Tener todo ante nuestros ojos nos aburre, así que, una vez más, borramos la partida. 

En ocasiones fantaseo con cómo sería la vida si contásemos con infinitas oportunidades para vivirla. ¿Seríamos más felices? O quizás saltaríamos de una vida a otra cuando el escenario que nos encontrásemos nos disgustase. Nadie se conformaría con una realidad en la que tuviese que trabajar una jornada de 10 horas, por lo que los trabajos más pesados perecerían. El alimento no llegaría a los supermercados, ni habría médicos haciendo guardias para atender a los pacientes de urgencia, tampoco personal regulando el tráfico ni multando a aquellos que son un peligro. Aspiraríamos a nacer en una familia con el dinero suficiente para no tener preocupaciones económicas, al menos esa es la creencia de que los billetes dan la felicidad. Los centros penitenciarios dejarían de existir, puesto que nadie cumpliría su condena, al poder saltar hacia su siguiente vida al mínimo inconveniente. La pobreza se extinguiría, puesto que ningún ser humano se conformaría con esas condiciones precarias durante toda una vida. Tampoco con vivir en aquellas zonas en las que los recursos fuesen escasos o las condiciones meteorológicas extremas se convierten en un gran enemigo para el ser vivo. Se produciría un gran éxodo hacia las zonas más ricas, donde la sobrepoblación acabaría desencadenando problemas para el planeta. Sin embargo, incapaces de hacernos cargo, saltaríamos a otra vida, a otro lugar, con otra cara. Veríamos aparecer y desaparecer a la gente con tan solo parpadear. 

Esta sociedad ha alcanzado un punto de anarquía total, donde el inconformismo se ha convertido en una de las grandes pandemias. Ninguna realidad sería suficiente y terminaría por aburrirnos en algún momento. Incluso teniendo los mayores lujos en nuestra mano, acabaríamos por saltar a la siguiente vida, o partido, en búsqueda de algo nuevo, más excitante. Pongamos que se intenta imponer una regulación. Un pequeño grupo de la población tratará de poner freno a los saltos entre vidas, con un discurso anti materialista que fomenta los pequeños placeres, como los momentos vividos con las personas que queremos. Abogan por la creación de vínculos emocionales, experiencias reales y sobre todo la ambición de lograr grandes cosas en una sola vida, como si no existiese ninguna más. Al principio el rechazo es generalizado. El ser humano, incapaz de aceptar el presente que le ha tocado vivir, tardará años en darse cuenta de que todos esos cambios, aparentemente positivos, le quitarían a la vida su característica más valiosa, la fugacidad.

Decía Brad Pitt en Troya: "los dioses nos envidian porque somos mortales, porque cada instante nuestro podría ser el último, porque todo es más hermoso cuando hay un final". Una cita apropiada para devolvernos a la realidad en esos momentos en los que sentimos que nuestra vida no cumple esas expectativas que soñamos cuando vemos una película o planeamos el calendario mensual. En momentos así, en los que desearías haber tomado otras decisiones, un camino completamente opuesto al actual, o simplemente fantaseas con otras versiones de ti mismo recuerda que estás a tiempo de vivir una vida que poder recordar con  la misma ilusión con la que ansias esas múltiples posibilidades.

Hoy me miro al espejo y las veo a ellas, a todas mis otras versiones. Devolviéndome la mirada con curiosidad y ternura. Asegurándome de que vivirán todas esas vidas paralelas como a mí me habría gustado. Que estarán bien, que no me preocupe. Que viva el presente, porque quizás no habrá una partida nueva después.



Lucía





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