La ceguera selectiva de la sociedad
Perder la virginidad suele acarrear muchos nervios y, si eres mujer, también miedo. Hacía el dolor con la ruptura del himen, hacía el posible no disfrute dentro de la práctica, hacía la responsabilidad de escoger a la persona adecuada, hacia el que dirán si se corre la voz y ocurrió demasiado rápido, o demasiado tarde. Los tiempos siempre dan de qué hablar. Además, este acto, en muchos casos seguido de la palabra "arrepentimiento" o "desastre" marca el final de la niñez y el comienzo de una etapa. Esa fina membrana establece el inicio de una nueva era, el despertar sexual.
¿Qué pensarías si te digo que esa virginidad ha sido arrebatada a muchas mujeres? Podríamos hablar de las niñas casadas, o más bien vendidas, de la mutilación genital, de la prueba del pañuelo de la comunidad gitana o de muchas otras tradiciones que han convertido la virginidad en algo traumático o humillante, un trámite que hay que pasar con los ojos cerrados.
Sin embargo, después de unas semanas consumiendo contenido audiovisual y literario sobre el tema, vengo a hablar de la pedofilia. Específicamente, la ejercida por Jeffrey Epstein y Gabriel Matzneff. Ninguno de ellos merece una presentación de sus hazañas personales, más allá de dos datos pertinentes para la entrada: uno era un magnate millonario y otro un famoso escritor francés. Ambos eran conocidos, ambos fueron protegidos y ambos serán expuestos en este artículo, por lo que son: pedófilos.
Actualmente, la protección a la infancia es un tema muy presente en los medios de comunicación. Hay una mayor conciencia al respecto de la publicación de las fotos de menores en redes y se suele detectar aquellos comportamientos "turbios" en los usuarios de las plataformas. No obstante, la ausencia de educación sexual en los centros educativos sigue permitiendo una gran desinformación alrededor de la importancia de los límites y dar la voz de alarma en caso de que estos sean sobrepasados. Lamentablemente, según el análisis de Save the Children de octubre de 2023, en 8 de cada 10 casos de abusos sexuales contra la infancia el agresor era una persona del núcleo familiar o próximo al niño o niña. Esto provoca que el menor 1) normalice estas conductas restándole peso, 2) las entienda como una muestra de afecto familiar y 3) guarde silencio, ya sea por amenazas, coacción de la persona o por vergüenza.
Sin embargo, en la entrada de hoy, nos centraremos en dos personajes públicos, que si bien en uno de los casos la relación era bien sabida por los familiares de la niña, su relevancia cobra un mayor auge al ver que se trataban de conductas repetitivas que llegaron hasta los oídos de las fuerzas de seguridad, supuestamente dedicadas a proteger a la ciudadanía y especialmente a los más vulnerables, los niños.
Estamos ante dos ejemplos perfectos de la inmunidad que proporciona el poder, sobre todo si eres hombre y famoso. Ni la larga lista de las víctimas, dispuestas a hablar en un juicio, en varios estados, ni las declaraciones escritas del autor en las que reconocía sus actos, pudieron meterlos en la cárcel.
EL CASO EPSTEIN
Al hablar de Jeffrey Epstein es posible que la primera idea que asocies a él sea sobre su isla privada, núcleo de un montón de teorías conspirativas, algunas de ellas no tan alejadas de la ficción. Litlle St. James, situada en las Islas Vírgenes de Estados Unidos y punto de encuentro de Epstein con su larga lista de personalidades públicas del momento. Un gran número de rostros famosos (Bill Clinton, Donald Trump, el príncipe Andrés de Inglaterra...) se alojaron en las distintas estancias de su villa, donde además, contaban con la compañía de chicas jóvenes. Sin embargo, la trayectoria de Epstein con las adolescentes no se basa únicamente en las experiencias de la isla, pese a que la idea del macabro retiro sexual era la más llamativa en los titulares de los medios.
Sus primeros pasos criminales se produjeron en Palm Beach, donde ostentaba una gran mansión en la que se citaba con jovencitas, dispuestas a darle un masaje a cambio de una pequeña suma de dinero. Corría el año 2008 en Florida, cuando surgió la primera gran polémica alrededor del millonario, la prostitución de una niña menor de edad. Esto no era un caso aislado para la fiscalía ni para las fuerzas de seguridad, que ya tenían constancia de otras denuncias por parte de jóvenes locales. Sin embargo, gracias a un controversial acuerdo de inmunidad con la fiscalía, Epstein logró eludir los cargos por tráfico sexual, aceptando tan solo 13 meses de cárcel y ser inscrito en el registro federal de delincuentes sexuales. Dicha condena, que en un principio constaba de 18 meses en la cárcel del Condado de Palm Beach (solo contemplaba el haber solicitado a una prostituta menor de edad e incitar a otra joven a prostituirse) se limitó a 13 meses en los que Epstein pudo entrar y salir a su antojo, sin ningún tipo de restricción. ¿Cómo es posible que esto sucediese? Os estaréis preguntando. Quizás la respuesta os la puede dar el fiscal del Distrito Sur de Florida, Alex Acosta, uno de los encargados de este acuerdo, que casualmente fue nombrado secretario de Trabajo de E.E.U.U cuando Donald Trump, íntimo amigo de Epstein, ganó las elecciones.
En los siguientes años las demandas no dejaron de aumentar, aunque los intentos por destapar la red de pedofilia del magnate se quedaban en nada. Amenazas a los medios de comunicación, chantaje e intimidación a las víctimas consolidaron el círculo del terror de cientos de jóvenes afectadas. Algunas de ellas fueron vigiladas incluso por detectives privados contratados por el matrimonio Epstein o perseguidas a medida que se mudaron por los distintos estados del país.
No será hasta 2019, cuando el caso llegará hasta los fiscales federales de Nueva York, un área inexplorada que reveló nuevos casos de abusos que se sumaban a la lista de víctimas del estado de Florida. La magnitud del escándalo acaparó periódicos y consiguió llevar al millonario, y a su mujer, Ghislaine Maxwell, ante los tribunales. Epstein fue arrestado y el registro de su propiedad reveló evidencia de tráfico sexual. Las descripciones de las víctimas eran fieles a las estancias de su mansión, donde a su vez se hallaron imágenes de otras mujeres menores de edad.
Parecía que la justicia se aproximaba al fin a las vidas de los cientos de víctimas de Epstein, cuando este se suicida en la celda de la prisión federal de Nueva York. Una muerte conveniente para sus contactos más íntimos y para él mismo. Según el Departamento de Justicia, una cadena de negligencias y mala gestión favorecieron la muerte del pedófilo. Hay que tener en cuenta que durante el registro de su domicilio se encontraron indicios de que el magnate planeaba fugarse, un hecho que choca con la nula vigilancia en la prisión. La muerte de Epstein supuso una derrota para las víctimas de sus abusos, cuya esperanza se esfumó con el anunció de su supuesto suicidio. Para un criminal como él, la muerte fue el destino más cómodo, la puerta de escape a otra vida, en la que no tendría que pagar por lo que hizo.
Para mayor profundización en los crímenes de Epstein, recomiendo ver el documental de Netflix publicado en 2020 titulado Jeffrey Epstein: Asquerosamente rico. La cinta cuenta con más de diez testimonios de víctimas de abusos sexuales por parte del magnate y un seguimiento detallado de todo el proceso desde las primeras denuncias.
Al hablar de este caso, es imposible no verlo desde una posición privilegiada. Prácticamente, todas las mujeres que cayeron en la red de abusos sufrían una situación de vulnerabilidad. Algunas eran adolescentes de barrios en los que existía una gran precariedad y vivían rozando la pobreza o en entornos con una gran influencia de las drogas. Los recursos eran pocos, y las jóvenes trataban de conseguir dinero fácil para tener una mejor vida. Otras, incapaces de costearse sus estudios, veían un rayo de luz en las propuestas del magnate, que destacaba su talento y les prometía un buen futuro. Epstein se había ganado una gran fama por su capacidad filantrópica, destinando grandes donaciones a investigaciones científicas, partidos políticos, ONG y universidades norteamericanas. Incluso Bill Clinton destacó su gran labor caritativa en varias ocasiones, lo que favoreció que muchas de las víctimas confiasen en su buena intención al pagarle los estudios.
Quizás es más sangrante lo sucedido en nuestro país vecino, ya que a Epstein se le estaba investigando a pesar de que negase continuamente los abusos, digamos que había intención de hacer justicia, al menos por parte de un pequeño grupo de personas. En cambio, en Francia era bien sabida la relación del autor con una niña y el propio país consumía el contenido en el que alardeaba de ello. Los padres, los amigos, los conocidos, las fuerzas de seguridad, los organismos de protección a menores, todos ellos fallaron a una joven que confundió esa relación perversa de pedofilia con un romance adolescente.
EL CASO MATZNEFF
Corría la década de 1980 cuando una joven Vanessa Springora, de apenas 13 años, conocía al escritor en una cena a la que su madre acudía como representante de prensa. A raíz de este primer e inocente encuentro, comienzan un intercambio de pasionales cartas en las que Matzneff confiesa su atracción irrefrenable por la adolescente. La joven, que arrastraba un gran número de inseguridades, como la mayoría de chicas de su edad, se sintió especial, valorada y deseada bajo la atenta mirada del pedófilo. Los encuentros no tardaron en llegar, de la mano de las primeras relaciones sexuales, siendo ella una menor cuya virginidad fue arrebatada. El escritor alquiló una habitación próxima al colegio de la joven, a la que iba a recoger personalmente, dirigiéndola a su guarida de lobo, en la que consumaban a escondidas el acto. La narración de Springora hace especial énfasis en la actitud aniñada del autor, que trataba de parecer un adolescente más víctima de la pasión del primer enamoramiento. A partir de este momento, la obsesión de Matneff por la joven se vuelve enfermiza, volviéndola una de sus múltiples musas.
Una inútil Brigada de Menores hacía una puntual aparición a raíz de unas cartas anónimas que alertaban de la relación prohibida, una investigación que demuestra la falta de interés por parte del Gobierno francés por detener el escritor. Será la propia Springora la que lentamente despierte de su enamoramiento, al descubrir que compartía a su amado con nuevas chicas, más jóvenes que ella.
Sin embargo, la manipulación y control ejercido por el autor, que recordaba continuamente a la joven que su relación era consensuada y aceptable a pesar de que le insistía en mantener sus encuentros sexuales en secreto, no cesó cuando esta manifestó su intención de abandonar la relación abusiva. Matneff utilizó su fama y posición para perseguir a Springora durante meses e incluso años, publicando textos dedicados e imágenes privadas, causándole una serie de secuelas psicológicas a la hora de relacionarse con otros hombres, establecer límites sanos o recuperar el amor y respeto hacia sí misma.
En medio de la lectura del consentimiento me preguntaba cómo podía haberse pasado por alto este escándalo, la respuesta es fácil, muchos intelectuales defendían este tipo de prácticas al igual que Matzneff. Incluso 69 figuras de la época, entre las que se encontraban Sartre, Barthes o Simone de Beauvoir, firmaron una petición a favor de la liberación de tres hombres que habían sido encarcelados tras tener relaciones sexuales con menores de 15 años. Este documento no fue el único, tiempo después se volvió a recurrir a una noción en la que otros 80 intelectuales franceses, incluidos Foucalt o Derrida pedían la despenalización de las relaciones sexuales entre adultos y menores de 15 años. Trataban de justificar dicha lucha con la defensa de la libertad sexual y el derecho de los menores a decidir sobre su sexualidad, especialmente relacionada con esa primera vez. El propio autor hacía alarde de que era mejor que los niños perdiesen la virginidad con una persona experta antes que con otro menor.
Según los pedófilos lo que ocurrió en Francia podría justificarse de muchas maneras. "El niño quería", el niño era eso, un niño en pleno descubrimiento de lo que son los órganos reproductores, su función y sus usos, no tenía conocimiento suficiente para entender que el sexo a esa edad con un adulto está mal. Obviamente, los jóvenes sienten el despertar sexual llegados a una edad, pero es la labor del entorno explicar e informar sobre dónde están los límites de ese deseo, cómo debe de experimentarse sanamente y qué tiempos son los más adecuados. Un niño o niña de 11 años no está preparado por mucho que se le asocie una madurez suficiente para decir que sí. Por otra parte, y a esto casualmente también recurren los violadores, "pero es que se humedeció", cuando humedecerse es una reacción natural e involuntaria de nuestro cuerpo, que, como algunas erecciones, no depende del deseo o predisposición de la persona hacia ese acto sexual.
La sociedad francesa de la época era cómplice de los pedófilos y permitía que estos utilizasen a su gusto los cuerpos en pleno desarrollo de niños y niñas (además, si bien la mayoría de edad se establece a los 18 y podríais pensar que mantenían relaciones con jóvenes de 15/16 tenían predilección por niños que rondaban los 10, cuya apariencia era aún la de un infante). También este autor alardeaba de ir a gozar de jóvenes a países cuya protección era (aún más) inexistente, como era el caso de Filipinas. Hazañas de las que él mismo presumía en conocidos programas de la televisión francesa. Imaginaos si en un país europeo ocurrían estos actos a la luz del día que podría pasar en países menos desarrollados o con un mayor índice de pobreza. La protección infantil es un privilegio creado en occidente.
No obstante, no hace falta irse a casos tan conocidos para hablar de lo normalizada que pudo llegar a estar la pedofilia y, aún peor, lo perfectamente protegidos que estaban quienes la ejercían. Seguramente alguna de las personas que me estáis leyendo ahora mismo conozcáis algún caso de pedofilia a nivel nacional. Por eso reivindico una vez más la importancia de la educación sexual, de la comunicación y de los límites. Explicarle a los más pequeños que hay ciertas partes íntimas, que nadie tiene que tocarles y si se produce que lo comuniquen inmediatamente a un adulto. Enseñar en los institutos que el amor y el sexo no es lo mismo, que nunca se va a encontrar ese amor sexual en personas adultas (y esto también incluye relaciones de 13 y 18 años respectivamente). Fomentar la comunicación sobre sexo en las familias, porque aunque en un principio pueda parecer un tema incómodo, es vital para prevenir los casos de abusos o pedofilia. Y por supuesto, vigilancia y prevención en todos los ámbitos, hacia aquellas personas que puedan estar presentando algún síntoma de haber sido víctima de abusos o hacia las propias personas sospechosas de ejercerlos.
Me gustaría terminar esta entrada insistiendo de corazón, si sois padres, hermanos, tíos, primos o amigos de algún menor de edad, que fomentéis vuestra relación de confianza con ellos. No hay nada que aporte más seguridad que saber que confían en nosotros y pueden acudir a contarnos un problema.
Lucía