Prisioneros de las pantallas

Hace aproximadamente un mes decidí desinstalar TikTok de mi móvil por unos días. Una especie de desintoxicación, teniendo en cuenta que era la aplicación que más tiempo me hacía perder. Analizando mi rutina, encontré que cada espacio hueco en mi día lo llenaba con entretenimiento vacío. Mientras desayunaba un café, en la parada del autobús o antes de dormir. Me costaba ponerme una serie o una película porque eso implicaba dedicar un periodo de tiempo determinado y no siempre tenía una hora entera disponible. Por otra parte, los libros --y el bloqueo lector que algunos me han generado-- me exigían un nivel de concentración que, después de leer artículos científicos para mi TFG, había agotado. La solución por la que optaba era entrar en Tiktok y deslizar bajo la premisa de parar cuando yo quisiera; la realidad es que a veces me pasaba horas. Sin embargo, si os soy sincera, no he tenido ni la más mínima tentación por instalármelo de nuevo.

El objetivo de este post no es una crítica hacia la aplicación, que está llena de algunos creadores que realmente hacen contenido interesante y te puede proporcionar unos minutos de desconexión de tu día a día, sino más bien en sus efectos en el consumidor.

Aplicaciones como TikTok potencian el ritmo frenético de vida que desgraciadamente llevamos y la pérdida de capacidad de atención. Acostumbrados a veinte segundos de vídeo, somos incapaces de ver una película completa sin agarrar el móvil. Al menos eso me pasaba a mí hace un año, cuando decidí retomar este hobby. Párate a pensar en cuántas veces desbloqueas el móvil al día. En medio de cuántas tareas lo haces para consultar las redes o responder a mensajes. En cuantas de esas lo haces de manera automática sin una finalidad y te quedas mirando el fondo de pantalla perdido. Que existan aplicaciones para todo nos ha convertido en usuarios compulsivos que recurrimos a él sin una finalidad explícita. 

Desbloqueamos el móvil por rutina, como robots que tienen esas tareas interiorizadas y llega un punto en el que solo saben hacerlas en bucle. No te apetece ver historias de la gente que sigues en Instagram, pero lo haces. Tampoco te aporta nada pasarte horas en X (antes Twitter), pero, en cambio, esperas a leer algo que te sorprenda. Podrías elegir un libro, pero la posibilidad de navegar entre hilos de X es mucho más cómoda. ¿Cuántas veces has dejado algo a medias porque el inicio no te enganchaba o la trama se estancaba de golpe? ¿Cuántas veces has zappeado por programas durante horas sin decidirte por ninguno?.

Actuamos bajo la premisa de encontrar un estímulo que nos produzca una dosis de dopamina. Tiktok proporciona ese estímulo constante. Si no te gusta lo que ves, puedes deslizar. Si quieres más, te personalizamos el contenido bombardeándote con aquello en lo que te has parado. Si quieres recomendaciones, hay de todo tipo. Las guardamos con la promesa de cocinar esos platos, comprar esos libros, ver esas películas o hacer esos planes chulísimos por la ciudad en la que vivimos. Guardamos y guardamos información, pero seguimos consumiéndola sin dar tiempo a nuestro cuerpo de disfrutarla.

El efecto TikTok te afecta sin que te consideres enganchado. En mi caso, nunca le dediqué demasiado tiempo continuado, pero, quizás ese es el mayor problema. El reclamo que te obliga a entrar y salir en distintos momentos del día para consultar las novedades. A su vez, dicho contenido suele venderse en pack con el refuerzo en otras redes sociales como Instagram: "¿Quieres ver mi nuevo pelo? Entra en mi perfil", "Hoy he ido a un restaurante increíble en Vigo, os lo dejo en Instagram". A través de este juego, el usuario viaja entre distintas pantallas para 1) enterarse de la información completa, fruto de la curiosidad morbosa, y 2) perder el tiempo.

Curiosamente, somos conscientes de los problemas que han generado aplicaciones como Tiktok, sobre todo desde el período que estuvimos de cuarentena en 2020. Atrapados entre las cuatro paredes de nuestras casas, la única fuente de entretenimiento continuado eran las redes sociales y plataformas de contenido bajo demanda. Las consecuencias de la pandemia del covid-19 no se han limitado a las secuelas físicas más evidentes, como el deterioro de la capacidad pulmonar, sino también a los hábitos de consumo y conductas nerviosas implícitas en ellos. Hablando con mi entorno he encontrado numerosos casos de personas que antes leían una gran cantidad de libros al mes y ahora son incapaces de sentarse con uno por más de diez minutos. Lo mismo ocurre con las películas, siempre acompañadas de su fiel teléfono móvil. Solo hay que entrar en Twitter en medio de un partido deportivo o un programa, como puede ser Operación Triunfo. La conversación en redes te invita a vivir con las manos pegadas al teclado para comentar cada actuación o jugada en directo.

Saturada de tanta pantalla, me propuse como una de mis metas para este año reducir las horas de móvil al menos a la mitad. Para lograrlo, en los últimos meses he tratado de fomentar actividades palpables, reales y sobre todo sin wifi de por medio. Estas semanas, por ejemplo, he recuperado los cuadernos de mandalas del cajón, donde cogían polvo desde el instituto, para descansar la vista cuando no estoy trabajando. También he aprovechado para escribir mucho en papel, comprarme un libro nuevo y buscar otros de un género que ahora me llama la atención, ir al gimnasio sin música o salir a pasear aprovechando el buen tiempo. Todas esas cosas que quizás cuestan porque requieren de voluntad para empezar a hacerse y no son el camino fácil: encender la pantalla del móvil.

Si tu trabajo exige que pases muchas horas delante de un monitor, si te has dado cuenta de que tus hobbies últimamente te atan a una pantalla, si llevas meses sin hacer una actividad que antes hacías con regularidad, si miras el móvil antes de dormir y nada más despertarte... Te animo a que le des una vuelta a tus hábitos de consumo. Puede que sea útil que coloques un widget en la pantalla de inicio que te diga las horas que pasas mirándola. Encontrarte con un número mayor de cinco horas te hará reflexionar sobre el tiempo que vives en el mundo real y el que te pasas paseando sin rumbo fijo por el universo digital. 

Te propongo una pregunta,

¿Quieres que la mitad de lo que te queda de vida sea dentro de una pantalla?


Lucía






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