El séptimo arte surcoreano
Este último año decidí explotar una nueva pasión: el cine. Un descubrimiento que me ha proporcionado horas y horas de entretenimiento, pero también de reflexión. Hoy, a modo de homenaje al actor Lee Sun-kyun, conocido por su papel en Parásitos, quien fue hallado muerto hace unas semanas, vengo a aproximaros a un país que me ha enamorado completamente a través de sus productos audiovisuales, Corea del Sur.
Existe un gran rechazo hacia la cultura surcoreana porque se ha hecho mundialmente conocida por el kpop (pop coreano), el cual genera dos reacciones: o lo amas o lo odias. Si bien mi opinión no es objetiva, porque soy una gran consumidora de esa música, el cine se aleja por completo de la órbita a la que las boy o girl bands nos tienen acostumbrados. A través de sus cintas, los directores han creado una corriente marcada por un gran cuidado estilístico, tramas con giros impredecibles y cierto gusto por el gore o lo explicito. Acostumbrada a la sutileza de los doramas (series de drama coreano), en las que los protagonistas tardan veinte capítulos en darse un beso, el cine rompe tus esquemas con inicios ensangrentados, escenas de violencia sexual o romances prohibidos.
A pesar de que había visto la cinta sobre zombies Train to Busan hacía años, considero que la primera película que vi siendo consciente de que era cine coreano fue Oldboy (Segunda parte de la trilogía The Vengeance Trilogy). Recuerdo que no me llamaba mucho la atención porque pensaba que trataría exclusivamente de mafias y es una temática que a mí personalmente no me llama mucho. Aun así, impulsada por mi pareja, le di al play.
Entré por la puerta grande.
Cuando aparecieron los créditos en la pantalla del ordenador, seguía impactada por lo que acababa de ver, sobre todo porque mi concepción del cine asiático era muy diferente. Acostumbrada al comportamiento serio y responsable de los nipones, arrastré esos prejuicios a los países vecinos y sus obras cinematográficas, creyendo que me encontraría un menor avance en cuanto a representación de ciertos temas. A partir de ese momento empecé a ver más y más: Parásitos, I see the Devil, La doncella, Retorno a Seúl, The Host o Decision to Leave, entre otras.
Cada una de las cintas me enamoró de una manera diferente, aunque encontré un patrón habitual que me pegó noche tras noche a la narración: las piezas son arte milímetro a milímetro.
Para valorar estas películas como se merecen, debemos tener en cuenta que estamos ante una cultura cinematográfica que se empezó a desarrollar hace tan solo unas décadas. Tras la Segunda Guerra Mundial, Corea se veía envuelta en otro conflicto que dividía el país en dos fracciones, norte y sur. Esto generó un profundo dolor a una sociedad que sigue arrastrando las heridas de la guerra y asimilando los traumas heredados de la misma. El primer atisbo de paz tardó en llegar para los surcoreanos, que vivieron un golpe de estado que instauró un régimen dictatorial hasta finales de los años ochenta. El aire comenzaba a llenar las calles progresivamente y a permitir el nacimiento de nuevas corrientes creativas y culturales, que dieron lugar a muchas otras.
Al comparar el cine surcoreano con el de sus países vecinos, debemos ser conscientes de que apenas hay archivos históricos que nos permitan valorar su evolución. Corea del Sur construyó en apenas treinta años lo que hoy en día es una gran potencia mundial y referencia en la música, las series y el cine. No es de extrañar que bajo estas circunstancias los surcoreanos se hayan aplicado tanto a la hora de elaborar productos reseñables capaces de traspasar las fronteras asiáticas. Todo un ejemplo de cómo transformar las semillas calcinadas de un lúgubre pasado en todo un jardín de obras innovadoras.
Esto, sin embargo, se ha convertido en un arma de doble filo hacia los propios ciudadanos del país asiático, quienes, propulsados por la necesidad de reconstruir el estado, se han visto envueltos en estrictas dinámicas de trabajo que perjudican gravemente su salud mental. Debido a la presión por conseguir el éxito o perpetuar la imagen de perfección, tanto en lo físico como en lo laboral, grandes representantes del mundo musical o audiovisual se han suicidado en los últimos años. El glamour y el decorado de las industrias del entretenimiento no son capaces de ocultar el aumento de víctimas que, agotadas de vivir en dicha atmósfera, deciden poner punto y final a su vida. Como periodista, no podía dejar de lado mencionar esta consecuencia directa que muchos consumidores de los productos surcoreanos desconocen. Todo tiene su cara buena y su cara mala; es importante conocer ambas.
Volviendo al cine, las películas trascienden del entretenimiento que estamos caracterizados a ver. No existe diferenciación entre una película de acción y una orientada a la reflexión porque ambos objetivos se integran. Así, un filme policiaco o de terror puede acercarnos un sólido mensaje social con gran sutileza. El ejemplo lo tenemos en Parásitos, la gran premiada en los Óscars (con cinco nominaciones y cuatro galardones en la ceremonia del año 2020) que hace una crítica al sistema capitalista predominante en la nación. Lo que de manera superficial parece una sátira que intenta ridiculizar a las altas esferas, proyecta un gran problema existente en el país: falta de empleo, precariedad laboral, viviendas en pésimas condiciones con alquileres elevados, jóvenes brillantes destinados al fracaso...
Atrevidos y honestos, los directores surcoreanos promueven la exportación a todo el mundo de un cine que no se olvida de los aspectos mejorables de su sociedad. Una sinceridad que le otorga un mayor atractivo.
Por otra parte, también desciende a los instintos más animales del ser humano para mostrar conductas violentas o criminales a través de personajes perfectamente construidos. En ellos vemos reflejadas nuestras debilidades, miedos o anhelos más profundos. Logran así unas crudas secuencias sin perder la elegancia de los directores, capaces de transmitir las fobias o filias de la población asiática, traspasando las barreras de la incomodidad por momentos. Creo que un ejemplo perfecto es que, en algunas secuencias, sientes que estás viendo una escena demasiado íntima y te provoca apartar la mirada para no interrumpirla. ¿Cómo de buena es una película si consigue provocar en ti la sensación de que estás invadiendo un momento privado? Es difícil engañar a la mente y transmitir ese nivel de realismo.
Existe un claro morbo hacia el riesgo. De alguna forma, el cine surcoreano trata de provocar enviando sus cintas (que además no se enmarcan en un solo género, lo que rompe los esquemas de las categorías) a distintos festivales de alrededor de todo el mundo. Se pueden llegar a encontrar incluso similitudes con el fogoso cine francés o el gusto por el crimen del italiano, pero todo con un sello distintivo de calidad que lo vuelve inconfundible.
Con un gran pico de consumo en los países occidentales e influenciando a sus vecinos asiáticos, Corea del Sur se convierte en el país más interesante en cuanto a innovación y estética, lo que promete la llegada de grandes piezas en las próximas décadas.
Existe un gran rechazo hacia la cultura surcoreana porque se ha hecho mundialmente conocida por el kpop (pop coreano), el cual genera dos reacciones: o lo amas o lo odias. Si bien mi opinión no es objetiva, porque soy una gran consumidora de esa música, el cine se aleja por completo de la órbita a la que las boy o girl bands nos tienen acostumbrados. A través de sus cintas, los directores han creado una corriente marcada por un gran cuidado estilístico, tramas con giros impredecibles y cierto gusto por el gore o lo explicito. Acostumbrada a la sutileza de los doramas (series de drama coreano), en las que los protagonistas tardan veinte capítulos en darse un beso, el cine rompe tus esquemas con inicios ensangrentados, escenas de violencia sexual o romances prohibidos.
A pesar de que había visto la cinta sobre zombies Train to Busan hacía años, considero que la primera película que vi siendo consciente de que era cine coreano fue Oldboy (Segunda parte de la trilogía The Vengeance Trilogy). Recuerdo que no me llamaba mucho la atención porque pensaba que trataría exclusivamente de mafias y es una temática que a mí personalmente no me llama mucho. Aun así, impulsada por mi pareja, le di al play.
Entré por la puerta grande.
Cuando aparecieron los créditos en la pantalla del ordenador, seguía impactada por lo que acababa de ver, sobre todo porque mi concepción del cine asiático era muy diferente. Acostumbrada al comportamiento serio y responsable de los nipones, arrastré esos prejuicios a los países vecinos y sus obras cinematográficas, creyendo que me encontraría un menor avance en cuanto a representación de ciertos temas. A partir de ese momento empecé a ver más y más: Parásitos, I see the Devil, La doncella, Retorno a Seúl, The Host o Decision to Leave, entre otras.
Cada una de las cintas me enamoró de una manera diferente, aunque encontré un patrón habitual que me pegó noche tras noche a la narración: las piezas son arte milímetro a milímetro.
Para valorar estas películas como se merecen, debemos tener en cuenta que estamos ante una cultura cinematográfica que se empezó a desarrollar hace tan solo unas décadas. Tras la Segunda Guerra Mundial, Corea se veía envuelta en otro conflicto que dividía el país en dos fracciones, norte y sur. Esto generó un profundo dolor a una sociedad que sigue arrastrando las heridas de la guerra y asimilando los traumas heredados de la misma. El primer atisbo de paz tardó en llegar para los surcoreanos, que vivieron un golpe de estado que instauró un régimen dictatorial hasta finales de los años ochenta. El aire comenzaba a llenar las calles progresivamente y a permitir el nacimiento de nuevas corrientes creativas y culturales, que dieron lugar a muchas otras.
Al comparar el cine surcoreano con el de sus países vecinos, debemos ser conscientes de que apenas hay archivos históricos que nos permitan valorar su evolución. Corea del Sur construyó en apenas treinta años lo que hoy en día es una gran potencia mundial y referencia en la música, las series y el cine. No es de extrañar que bajo estas circunstancias los surcoreanos se hayan aplicado tanto a la hora de elaborar productos reseñables capaces de traspasar las fronteras asiáticas. Todo un ejemplo de cómo transformar las semillas calcinadas de un lúgubre pasado en todo un jardín de obras innovadoras.
Esto, sin embargo, se ha convertido en un arma de doble filo hacia los propios ciudadanos del país asiático, quienes, propulsados por la necesidad de reconstruir el estado, se han visto envueltos en estrictas dinámicas de trabajo que perjudican gravemente su salud mental. Debido a la presión por conseguir el éxito o perpetuar la imagen de perfección, tanto en lo físico como en lo laboral, grandes representantes del mundo musical o audiovisual se han suicidado en los últimos años. El glamour y el decorado de las industrias del entretenimiento no son capaces de ocultar el aumento de víctimas que, agotadas de vivir en dicha atmósfera, deciden poner punto y final a su vida. Como periodista, no podía dejar de lado mencionar esta consecuencia directa que muchos consumidores de los productos surcoreanos desconocen. Todo tiene su cara buena y su cara mala; es importante conocer ambas.
Volviendo al cine, las películas trascienden del entretenimiento que estamos caracterizados a ver. No existe diferenciación entre una película de acción y una orientada a la reflexión porque ambos objetivos se integran. Así, un filme policiaco o de terror puede acercarnos un sólido mensaje social con gran sutileza. El ejemplo lo tenemos en Parásitos, la gran premiada en los Óscars (con cinco nominaciones y cuatro galardones en la ceremonia del año 2020) que hace una crítica al sistema capitalista predominante en la nación. Lo que de manera superficial parece una sátira que intenta ridiculizar a las altas esferas, proyecta un gran problema existente en el país: falta de empleo, precariedad laboral, viviendas en pésimas condiciones con alquileres elevados, jóvenes brillantes destinados al fracaso...
Atrevidos y honestos, los directores surcoreanos promueven la exportación a todo el mundo de un cine que no se olvida de los aspectos mejorables de su sociedad. Una sinceridad que le otorga un mayor atractivo.
Por otra parte, también desciende a los instintos más animales del ser humano para mostrar conductas violentas o criminales a través de personajes perfectamente construidos. En ellos vemos reflejadas nuestras debilidades, miedos o anhelos más profundos. Logran así unas crudas secuencias sin perder la elegancia de los directores, capaces de transmitir las fobias o filias de la población asiática, traspasando las barreras de la incomodidad por momentos. Creo que un ejemplo perfecto es que, en algunas secuencias, sientes que estás viendo una escena demasiado íntima y te provoca apartar la mirada para no interrumpirla. ¿Cómo de buena es una película si consigue provocar en ti la sensación de que estás invadiendo un momento privado? Es difícil engañar a la mente y transmitir ese nivel de realismo.
Existe un claro morbo hacia el riesgo. De alguna forma, el cine surcoreano trata de provocar enviando sus cintas (que además no se enmarcan en un solo género, lo que rompe los esquemas de las categorías) a distintos festivales de alrededor de todo el mundo. Se pueden llegar a encontrar incluso similitudes con el fogoso cine francés o el gusto por el crimen del italiano, pero todo con un sello distintivo de calidad que lo vuelve inconfundible.
Con un gran pico de consumo en los países occidentales e influenciando a sus vecinos asiáticos, Corea del Sur se convierte en el país más interesante en cuanto a innovación y estética, lo que promete la llegada de grandes piezas en las próximas décadas.