El diario de las emociones
Tener un diario se asocia siempre con ser pequeño. Es aquella libreta garabateada en la que escribes que te pasa en el colegio, que cenaste ese día o quién te gusta, con faltas de ortografía y letras temblorosas. También es una posesión preciada que si cayese en las manos equivocadas sería un auténtico desastre.
Intento hacer memoria y no recuerdo cuántos diarios pude haber tenido a lo largo de la educación primaria. No me gustaba mi letra (sigue sin hacerme mucha gracia), me saltaba días, me daba pereza o no tenía mucho que contar. Era una chica muy enamoradiza, que basaba su percepción del amor y la amistad en lo que veía en Disney Channel y hablaba con sus otras poco experimentadas compañeras. Lo que sí hacía era escribir historias con mis amigas en las que las protagonistas éramos nosotras y obviamente solo nos pasaban cosas de película. Recuerdo que redactábamos cada una un capítulo, expectantes por saber que sería lo siguiente, idealizando cada hito de la vida de una preadolescente, desde el primer beso hasta la primera fiesta. Nunca nada de lo que escribí en esas páginas se pareció al mundo real.
Sin embargo, a medida que nos hacemos adultos perdemos esa costumbre de anotar recuerdos del día a día, de sentarnos un rato con nosotros mismos y hacer introspección. Lo máximo a lo que llegamos es a escribir notas en el bloc del móvil, entre la lista de la compra y ese texto que hemos enviado a una amiga que nos ha tratado mal. Nos hemos adaptado tanto a las tecnologías que parece que coger un bolígrafo y escribir en una libreta se vuelve una tarea tediosa e innecesaria, sobre todo cuando no tiene un fin académico.
No obstante, este año decidí romper con esa unión hacia el móvil y tener un diario de las emociones. Acuñado así porque la idea principal era expresar en él todos los sentimientos negativos para distanciarme de ellos al cerrar la tapa. Por eso, compré una libreta cutre, fácilmente transportable e incluso que no se dañara al doblar, para no sentir lástima al mirarla. Hice bien, cuanto más bonito es algo más me cuesta empezar a utilizarlo. Así que libreta en mano, arma afilada en otra, empecé a escribir una especie de introducción en la que explicaba la función que tendría este objeto en mi vida.
No tenía confianza en que fuese a durar más de dos semanas usándolo, mucho menos escribiendo una página entera. Lo cierto es que nuestro cerebro tarda alrededor de 21 días en instalar un hábito, a partir de ahí su ejecución se vuelve natural y automática. Al principio sentarse parece un ejercicio obligatorio que tienes que hacer para clase, luego lo buscas desesperada por la mochila, volviéndose un indispensable en tus viajes, incluso de fin de semana. Comienzas a depositar en él los pensamientos que eres incapaz de verbalizar con nadie, las dudas sobre ti misma, la frustración hacia todo y nada al mismo tiempo. Esas noches en las que la ciudad se me hace grande y me siento lejos de casa es lo primero a lo que recurro para acariciar las palabras que utilicé cuando me sentía peor y sentirme orgullosa del proceso. Una estúpida libreta sin anillas se volvió en un compañero fiel al que acudo cuando siento que debo acudir. Cuando el mundo es demasiado para mí, o se me queda demasiado pequeño.
A raíz de toda esa escritura me he dado cuenta de lo bien que le vendría a mucha gente tener su propio diario de las emociones. ¿Cuántas personas no saben como expresar sus sentimientos? ¿Cuántos se obligan a tragarse las lágrimas porque no se pueden permitir mostrar debilidad? ¿Cuántos tienen miedo? ¿Cuántos esperan a que alguien les abrace para no tener que pedirlo? ¿Cuántos escuchan canciones hasta encontrar una que diga lo que no saben decir ellos mismos? ¿Cuántos sienten que no se llevan bien con su voz interior? Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo al lado la libreta, donde acabo de hablar sobre el miedo a las responsabilidades de la vida adulta. De alguna manera me siento escuchada y reconfortada, como si hubiese llamado por teléfono a mi madre.
(Como consejo, si os sentís raros escribiéndole a la nada, podéis pensar que es una carta para un amigo o un mensaje que será enviado. Poco a poco iréis sintiéndoos cómodos con vuestra propia lectura)
Algo bonito de escribir sobre las emociones es darnos cuenta de que todos las sentimos. Es una característica que nos va a unir a cada una de las personas con las que nos cruzamos a diario, nos guste o no. Creo que ayuda pensar en ello cuando la soledad nos abruma o creemos que somos diferentes al resto. Todas estas emociones que siento, las sientes tu, tu amigo, tu madre, tu vecino y el de la floristería de la calle de abajo. Cada uno a su manera, intensidad y forma, pero las siente. Esas emociones generan una unión inquebrantable con nuestro alrededor que nos recuerda a diario que somos humanos.
Quizás penséis que soy muy intimista hablando así de la ira, del dolor o del amor, pero he descubierto gracias a la escritura que soy una persona muy emocional. Tengo la faceta del blog y tengo la faceta del diario de las emociones, a veces se fusionan y surgen comentarios más sentimentales, honestos, reales. Hoy es 14 de diciembre, estoy en mi segunda casa escuchando una canción nostálgica de fondo mientras intento perfeccionar una entrada que, pensándolo mejor, no tiene que ser perfecta. Relacionado con esa búsqueda insaciable de la perfección, aprovecho para hacer un alegato público, no tienes que tener una letra bonita, una libreta limpia, digna de lettering o con pegatinas de flores que has capturado tú misma. Abraza la tranquilidad del desastre y permítete tener un espacio de calma, sin evaluación o comentarios de por medio. Nadie va a entrar a juzgar tu caos. Tampoco te obsesiones con el progreso entre las entradas que vas haciendo. Al principio de mi diario iba encadenando tantos días de tristeza que pensaba que no llegaría un lunes sin un "hoy he llorado".
Sin embargo, incluso detrás de esas sesiones de lágrimas conseguía sacar emociones y sentimientos que hoy puedo afirmar orgullosa que soy capaz de sentir y expresar. No soy un autómata, tampoco un ejemplo, pero sí una persona que agarraba esa libreta aun sabiendo que lo que iba a poner iba a ser mayormente negativo. No pintaba mariposas donde no era posible pintarlas, no romantizaba los bajones, los llamaba por su nombre y apellido. Construí páginas de autoterapia, incluso en algunas llegué a borrar la tinta de llorar encima. Ahora las veo con unos ojos distintos, felices por haber dado el paso de retratar todo lo que tenía en el pecho y de la evolución que he vivido en los últimos meses en unas simples letras.
Me gusta poder dar consejos útiles a mis amigos, este creo que es de los mejores que puedo ofrecer. Trata de escuchar más a tu cuerpo y mente, establece un diálogo con tus emociones para que no se acumulen en algún punto de tu pecho, envenando la zona de dolor. Permíteles salir, mudarse a una hoja de papel en la que tú y solo tú mandas.
Tú puedes abrir y cerrar esa libreta y con ella el grifo mental que te atormenta a diario. Míralo como un posible propósito, comenzar a orientar esa energía a un objeto físico externo a ti. Cuando el tiempo pase agradecerás tener un álbum de recuerdos emocionales al que acudir para recordar como eras antes. Podrás recorrer las pisadas que diste como un observador de tu propia vida.
No me quería despedir sin antes desearos unas muy felices fiestas, aunque para muchos estas sean unas fechas difíciles en las que sentarse a la mesa se vuelve un momento muy triste. Os mando un abrazo virtual y espero de corazón que el 2024 esté lleno de cosas buenas, de paz, de tranquilidad y lo más importante, de salud. Quizás es una buena oportunidad para empezar vuestro propio diario de las emociones, lo dejo ahí.
Nos vemos en 2024.
Lucía.