El truco del almendruco

Hace unos días le comentaba a una amiga que me sentía por fin con la fortaleza mental que hace unos años me arrebató la depresión (acompañada por su fiel amiga, la ansiedad). Soy consciente de que quizás parece una afirmación sencilla o dicha a la ligera, pero precisamente por el peso que tiene, no la diría de no sentirme cien por cien segura. No me gustaría engañarme a mí misma en ese aspecto. 

Es curioso porque la mejora más impactante la he vivido estos últimos meses en los que decidí empezar a leer sobre autoayuda. Alto ahí, no salgas corriendo y dame una oportunidad para defender mi tesis. 

Soy la primera en juzgar los libros de psicología que venden consejos escritos por Mr. wonderfull versión Chatgpt. Sin embargo, entre toda la parrafada y best sellers de pacotilla hay libros verdaderamente buenos y sobre todo útiles.  Además de algo mucho más importante, el interés de ayudarse a uno mismo.

En el post de hoy vengo a hablar de las reflexiones más valiosas que he sacado de dos de ellos. Quizás no te convenza, pero por lo menos sé que le darás unas vueltas.


ROMPER LA RAIZ O TRASPLANTARLA

Bienvenido a clases de jardinería. Lo primero para tratar una planta es saber cómo funciona, ¿no? Sus necesidades, tipología y todo eso que preguntas en el vivero antes de llevarla a casa y que se ponga pocha. Pues esa fui yo.

El libro "Deja de ser tú" de Joe dispenza, es una introducción para aquellas personas que no saben por qué de golpe un pensamiento negativo puede desencadenar un bucle de tristeza, o recordar algo que nos enfadó causar que entremos en un estado de ira. Todo esto lo hace a través de explicaciones científicas sencillas que permiten al lector acercarse a la mente y sus efectos en el cuerpo. Hasta leerlo no entendía el origen de muchas emociones, tampoco como podían tomar el control de mi cuerpo. Ahora veo que todo tiene su principio y para poder frenarlas hay que conocer donde empiezan y como prevenirlas.

Lo mismo ocurre con "Tus zonas erróneas" del doctor Wayne W. Dyer, un ejemplar antiguo que había pertenecido a mi abuela y encontré investigando en su estantería. El libro abarca aquellos comportamientos que intencionados o no te producen malestar, proponiendo a su vez herramientas para combatirlos. Lo curioso de Dyer es la capacidad que tiene en cada capítulo de hacerte ver que tenemos un poquito al menos de todas esas zonas erróneas. Aunque pienses que de alguna te libras.

Cuando una planta tiene una plaga, el primer instinto es tirarla a la basura. Requiere mucho esfuerzo comprar los productos, informarse, tratarla, esperar a que funcione...No tenemos paciencia para eso, es mejor comprar otra. Sin embargo, no podemos hacer lo mismo con nuestra cabeza, así que no queda otra que aprender a cuidarla y curarla.

Desde que el médico introdujo en la conversación la palabra depresión en 2021 asumí mi destino. Creía que solo el tiempo iba a conseguir eliminar esa etiqueta y que no tenía un papel importante sobre ello, más que tomar la medicación y obedecer las directrices sanitarias. Mi labor era meramente observadora --y quejica--, tendía a responsabilizar a la enfermedad de lo que me ocurría y a dejarme marear a su antojo. No conseguía conectar con la persona que era hasta el punto de idealizar a la versión pre depresiva, que tampoco era un ejemplo a seguir por otras muchas razones. Pensaba que algún día volvería a ser ella, sin mover un dedo, solo había que esperar y esperar.

Espere. Mejoré. Recaí. Al mínimo atisbo de un cambio me creía invencible, pero era solo una fachada que se hizo pedazos al siguiente bajón. Ahí fue cuando decidí darle una oportunidad a nuevas formas de terapia. Compré mi primer libro de autoayuda y devoré las páginas armada con un subrayador lila ,que se encuentra ya en las últimas, y dos paquetes de post it. Mi cartera adelgazó, mi estantería engordó y mi tranquilidad comenzó a crecer, extendiéndose por todo mi cuerpo.

1. Si lo que pensásemos crease efectos tangibles en la realidad ¿perderíamos el tiempo pensando cosas negativas?

Si cada vez que te sintieses desgraciado te ocurriese una desgracia, ¿cuánto tiempo tardarías en cambiar tu mentalidad?

Cuando leí las dos frases me pareció hasta ofensivo lo sencillo que era de entender. Nadie sufriría a propósito ¿verdad? Hasta qué punto nos volvemos adictos a las conductas negativas de nuestra mente porque realmente esos pensamientos no acaban sucediendo. Y si tuviese cáncer, y si suspendo el examen, y si pierdo el trabajo, y si me choco con el coche. Volví costumbre pasar un rato del día revolcándome en la tristeza. Encontraba satisfactorio y sencillo tener una excusa para no hacer planes, contestar mal o llorar cinco veces a la semana. La etiqueta me permitió justificar malas actitudes, malos hábitos y en general una mala relación conmigo misma. Dejé de esforzarme por mejorar porque total "hasta curarme" nada cambiaría. Como si fuese a arreglarse todo por arte de magia. No voy a negarlo, fue incómodo darme cuenta de lo mucho que disfrutaba de la tristeza. La alimentaba a base de canciones tristes, películas tristes y reflexiones aún más tristes.

¿Que pasaría si las frases anteriormente citadas fuesen reales? Que me habría pasado todo lo malo que le puede pasar a una persona porque he llegado a ser muy catastrófica. Incluso en sueños imaginaba que me disparaban un tiro en la cabeza o me ahogaba en un tsunami. Afortunadamente, todo esto solo formaba parte de mis pensamientos y gracias a eso hoy sigo viva. 

Leer este tipo de citas me ayuda a poner orden sobre la negatividad de mi mente, a obligarme a ubicarme en el ahora y dejar las suposiciones para otro momento (que nunca llega porque me acabo olvidando). Intento ser coherente con como me sentí esa primera vez que pase los dedos por sus letras, rememorar las sensaciones de ver con claridad el bucle tan absurdo en el que vivía acomodada para no volver a enredarme en él. 

En el momento en el que encadenes tres pensamientos negativos seguidos, párate en seco y pregúntate ¿me gustaría que se cumpliesen? Si la respuesta es no es momento de dejarlos ir por donde vinieron. No los necesitas.


2. La próxima vez que tengas que decidir acerca de tu propia vida, hazte a ti mismo una pregunta muy importante, ¿cuánto tiempo voy a estar muerto? Ante esa perspectiva eterna puedes decidir ahora lo que prefieres, lo que eliges, y dejar a los que siempre estarán vivos las preocupaciones, los temores...

La indecisión no se refiere a dudar entre canciones favoritas, sino a esas cosas más profundas como aceptar un trabajo en la otra punta del país o dejar a tu pareja después de años sin amor, con una única unión, la rutina. Siempre he sido muy impulsiva, para bien y para mal. No me pienso mucho los cambios de pelo, ni las cosas que digo enfadada, aunque voy mejorando. Empiezo a entender el término medio entre lanzarse siempre desde el puente o ver a todo el mundo hacerlo mientras te quedas sentada. Recordar esta frase me ayuda a poner límites al miedo que me da el futuro, con sus posibles escenarios. Intento no ver las cosas como un error, sino como una experiencia o aprendizaje que me llevo si sale mal, total, nadie se acordará de mis fallos en una semana, imagínate en unos años. 

Soy tan irrelevante y anónima que no tiene que preocuparme tanto si elegir uno u otro máster, o si salir o no salir de fiesta. Estar vivo es limitado, suena a cliché, pero me gusta repetirlo cada vez que soy incapaz de escoger que decir, cómo actuar o hacia donde dirigirme. ¿Acaso cambiará algo si la respuesta era b y no a? Precisamente la oportunidad de explorar y equivocarse es lo que le da sentido a la vida. Tendrás toda la muerte para arrepentirte.

Además, el mismo autor añade posteriormente que, la seguridad significa nada de crecimiento y nada de crecimiento significa la muerte.

Las decisiones que nos paralizan le han paralizado a miles de personas que ya no están entre nosotros y le seguirán preocupando a nuestros descendientes. Si la historia algo nos ha enseñado es que pase el tiempo que pase los seres humanos, seguimos cometiendo los mismos errores, sufriendo las mismas penurias con diferentes nombres y ansiando un futuro mejor. Ni las peores guerras han sido capaces de hacernos cambiar. ¿Por qué tus decisiones iban a ser el fin del mundo?


3. Las emociones tóxicas (ira, miedo, agresividad, inseguridad, frustración, tristeza...) se nos pegan tanto que intentamos analizar nuestros problemas desde ese estado mental, con lo que generamos aún más pensamientos de supervivencia.

Algo curioso que ocurre como un evento canónico para casi todo el mundo es que cuando nos encontramos en un estado de nerviosismo o negatividad intentamos abarcar un montón de tareas o decisiones a lo loco. A veces por supuesto no queda otro remedio, pero visualizar los problemas en caliente solo genera que todo ese cúmulo de angustias se reproduzca dando a luz a más conflictos secundarios y terciarios. Empezamos a ver a través de un filtro gris todo lo que nos rodea, incluso nuestra piel, tratamos de hacer eficazmente las cosas sin éxito y contestamos mal a quién nos pregunta.  Esto es un poco como eso de nunca decidas algo estando triste, ni romper con tu pareja, ni dejar el trabajo, porque es un estado que no te permite pensar con claridad y del que posiblemente luego te arrepientas.

En mi caso, era de esas personas que siempre que estaba triste trataba de poner orden en su vida. Total, me creía en un estado inspirador para hacerlo. Luego, me venían las consecuencias de afrontarlo de malas maneras y me arrepentía. Empezaba siendo un "para qué voy a estudiar esto, si soy incapaz de entenderlo, me rindo" y acababa siendo un "no solo he suspendido, sino que ahora la carga de trabajo es doble y además me cae una bronca". El bucle infinito de mi vida con las matemáticas, hasta que en la carrera cursé estadística con otra actitud y saqué un notable. 

También, acabas normalizando vivir en un continuo estado de emergencia, por lo que no eres capaz de disfrutar de la tranquilidad o los éxitos sin el miedo recurrente de que todo vaya a ir mal de golpe. Te vuelve neurótico, analizas cada emoción para prevenir un problema. Te vuelves infeliz.
 

4.¿Cuál es la mejor expresión de mí mismo que me gustaría ser?

Abandonar la negatividad es como salir de la caverna del mito de Platón, al principio tienes ganas de volver a ella por el miedo a adoptar una nueva visión sobre la vida, luego poco a poco te vas acostumbrando y el sentirte mejor te impulsa a mudarte a la superficie. Al leer esta pregunta cogí un papel para apuntar todas esas cosas que me harían ser una mejor versión de mí misma. Sorprendentemente, no fue la lista interminable que creía que sería, se redujo a unos diez puntos muy concretos y esenciales para enfocar mi mente:

1. Dejar de posponerlo todo, eso solo te genera ansiedad.
2. Entrenar la paciencia.
3. Vivir al día.
4. Anotar las cosas que tengo que hacer para no pasarme el día estresada pensando en ellas.
5. Escribir las emociones negativas para distanciarme de ellas.
6. Empezar a meditar.
7. Poner límites a los pensamientos intrusivos.
8. Dejar de excusarme en estar mal, obligarme a salir, hacer cosas, cuidarme.
9. Priorizar las horas de sueño y dejar de perder el tiempo de noche.
10. Dejar de esperar a que las cosas lleguen solas, ser el motor del cambio.

(Os animo a hacer mismamente en el bloc de notas del móvil una lista similar. Es parecido a los propósitos de año nuevo pero sin tiempo límite, aunque os aconsejo revisarla de vez en cuando para motivaros a seguir mejorando)

Una de las cosas que intento cambiar, con mucha paciencia y esfuerzo, es lo cabezona que soy. Sobre todo en cuanto a cuidados. Había leído mil veces lo bueno que era meditar e incluso amigas cercanas lo practicaban con muy buenos resultados. Especialistas, profesionales, gurús, divulgadores, todos ellos coinciden en la larga lista de beneficios que este hábito aporta a tu vida y organismo. Pues yo me negaba. Creía que cerrar los ojos, respirar y centrarme en como el aire entra por mis fosas nasales hasta los pulmones era absurdo. Creía que mi ansiedad tenía tanta fuerza que me rendía a ella, sin combatirla. Sacaba una y otra vez la bandera blanca como buena cobarde. Así hasta que leyendo el libro me di cuenta de que no perdía nada por intentarlo, al menos aprovecharía un rato para desconectar de mis tareas. 

Si eres naturalmente nervioso no va a ser fácil, de hecho aún sigo sin controlar la práctica. Es una de esas actividades que si piensas que o te sale a la primera o la dejas estás perdido. No te sale ni a la décima, a menos que tengas una alta capacidad de abstracción del mundo exterior. Cada vez que me sentaba notaba lo forzada que se notaba mi postura, lo mucho que me costaba respirar con el catarro, los rugidos del estómago o las ansias por rascarme el brazo derecho. También contaba el tiempo en mi cabeza para llegar a una cifra respetable, al menos unos diez minutos, que parezca que estoy haciendo algo.

Llega el momento en el que empiezas a sentir que te relajas, que tu respiración se vuelve uniforme y todo se queda en silencio. Entonces te llama tu madre, llega un mensaje o te acuerdas de que tienes que hacer algo urgente para mañana. Vuelves a intentarlo, pones la mente en blanco (o eso intentas, porque incluso numerosos psiquiatras coinciden en que esto es científicamente imposible) y de nuevo mil pensamientos te atropellan. Incluso la sesión con más interrupciones me ha servido de algo, para darme cuenta de lo tranquila que me sentía al dedicarle unos minutos de desconexión a mi cuerpo durante el día. Y por supuesto, a ver que el tiempo que inviertes en mejorar o adquirir hábitos sanos nunca es tiempo perdido. 

Por eso, quería cerrar este post con mi experiencia introduciendo uno de los objetivos de la lista, animando a todos a darle una oportunidad a estos libros (y a la propia meditación) y a dedicaros tiempo de calidad, que cada vez es más necesario.








Lucía.


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