Necrofilia informativa y el morbo como veneno social
El mundo está en guerra, arriba y abajo, tensiones, bombardeos y muertes rodean nuestras vidas. El clima es hostil, aunque parece que en las pequeñas ciudades todo pase desapercibido. Es fácil abstraerse de la violencia, mirarse el ombligo. A veces doy por sentado que las conversaciones sobre actualidad están a la orden del día, pero lo cierto es que vivo acomodada en una órbita en la que compartimos una curiosidad innata que no es tan habitual.
La carrera me ha acercado a personas más afines a mis intereses, con inquietud por el conocimiento y pasión por el debate. De alguna manera es una burbuja en la que nos alimentamos mutuamente a través de los "¿Te has enterado de lo que pasó en...?", "¿Has visto Twitter?", y demás introducciones. En casa ocurre algo similar y me atrevería incluso a decir que gracias a mi familia me he convertido en lo que soy, casi periodista (o sin casi). Desde pequeña he consumido muchos informativos, escuchado tertulias sobre ellos, tanto en la pantalla como en la mesa. Al principio siendo niña me mantenía ajena a ellos, viendo atenta a los adultos solucionar el mundo con un café en la mano, ahora soy la que introduce las noticias siempre que vuelvo a casa, a modo de resumen semanal.
Antes de comenzar a leer el groso de este post quiero introducir una reflexión.
Si no tuviésemos teléfonos ni tecnologías podríamos vivir ajenos a todos los conflictos ¿Eso nos haría más felices?
ENHORABUENA, ERES UN PRIVILEGIADO
Creo que lo más cercano de creer que podría existir un mundo sin guerras es en la niñez, cuando nuestro mayor problema es llegar a tiempo a casa para ver los nuevos episodios de nuestra serie favorita mientras tomamos la merienda. En aquellas infancias en las que no nos hemos tenido que preocupar por problemas económicos, por supuesto. Nacer en occidente en el seno de una familia de clase media te ofrece un privilegio indiscutible, la tranquilidad. No vas a tener que despertarte con bombardeos, ni vivir escondido, sin agua ni electricidad, con pocos recursos y la sensación de estar en el último día de tu vida cada vez que abres los ojos. Ves salir el sol mientras suspiras aliviado porque aún respiras, de momento, si acaso vivir en constante angustia se puede llamar vida ¿O quizás esto es estar muerto?
Estoy segura de que más de uno de los niños que se encuentran en las franjas letales del globo terráqueo se preguntan cada día ¿Si esto es la vida, como será la muerte?
Bajo esta premisa, el viernes volvía a casa cargada con una mochila de cosas que decir, liderada por la guerra en Gaza. No paraba de explicar los mil motivos por los que todo este conflicto era un genocidio y la pasividad de occidente cómplice del mismo. El único motivo válido es que la vida de esas personas no vale nada. Son números, caras anónimas que nunca han importado y que nadie recordará cuando todo termine. ¿Acaso nosotros no somos lo mismo? ¿Qué me diferencia a mí de esos niños que se escriben sus nombres en los brazos para en caso de morir ser identificados? O de los padres que no han podido proteger a su familia, o de las mujeres raptadas y violadas por terroristas. La respuesta es simple, mi lugar de nacimiento.
HUMANIDAD ANIMAL
En unos meses seré oficialmente periodista titulada y tendré que meterme de lleno en la industria de los medios de comunicación. Un escenario que a veces me genera gran rechazo. ¿Hasta qué punto las imágenes de civiles muertos ensangrentados son necesarias para transmitir la información? ¿Quién establece los límites gráficos y si es así, donde? ¿Cómo es posible que sea tan sencillo encontrarse con vídeos e imágenes de violencia explícita sin realizar una búsqueda exhaustiva? ¿Cuál es nuestra responsabilidad como comunicadores? ¿Acaso las palabras pierden su veracidad sin añadir un cadáver que las sostengan? Los conflictos remueven mi estómago y a la vez ponen a prueba a mi mente. Me gustaría poder encontrar la respuesta a este paradigma para ser justos con los receptores de la información y los propios protagonistas.
La sociedad es morbosa y lo explícito mueve a las masas invitando a clicar. Las noticias que se comparten y reenvían son aquellas que se diferencian, que generan debate. La sangre llama. Lo gore aún más. Incluso al contestar a ese tipo de contenidos en señal de protesta generamos el efecto contrario promoviendo su difusión.
Si se puede grabar un cadáver se graba. El mundo quiere verlo, certificar la desgracia ajena, compartirlo por grupos de WhatsApp, tener un tema polémico que tratar en la comida. Incluso demostrar lo buena persona que se es al estar públicamente en contra de dicho acto. Consumimos a las personas hasta cuando solo queda su cuerpo y comercializamos su dignidad por unos likes. Somos una especie de necrófilos informativos que adoran analizar estas macabras historias.
Es curioso porque en occidente tenemos una concepción de la protección de datos que al cruzar las fronteras a países de otros continentes se pierde. Los civiles asesinados, los niños, las mujeres desnudas, los cuerpos ensangrentados, no tienen derechos de imagen. Los afectados por los bombardeos, tiroteos, enfermedades o desastres no tienen control sobre el contenido que se difunde. "Tampoco les importa, tienen problemas mayores" pero acaso no firmamos un consentimiento en España para que nuestros hijos puedan salir en las fotos escolares.
Nos escandalizamos con rapidez cuando aparece un niño europeo herido en las noticias o algún periódico; sin embargo, no es noticia que cada día se difundan fotos de menores asesinados en Gaza. Se ha vuelto tan común que lo que en un momento pudo sorprender es el pan de cada día. Y quién dice Gaza dice cualquier otro conflicto exterior a las fronteras occidentales.
En el segundo cuatrimestre de primero de carrera tuvimos una asignatura llamada Redacción periodística en la que se nos plantearon diferentes situaciones para debatir. Casos que pusieron patas arriba nuestros propios valores y concepción de la prensa. Primero una foto del niño turco fallecido que apareció en una playa, luego un dictador muerto, ¿si harías la segunda, por qué no la primera? ¿Quién establece el filtro para publicar estos contenidos? "Es cuestión de valores y moral". Entonces te consideras con potestad para decidir sobre las imágenes de cadáveres porque según tus valores un dictador merece ser expuesto y un niño no, de acuerdo, ¿pero no sería lo mismo?
Os hago un spoiler, casi todos intentamos justificarlo, muy seguros de tener la verdad suprema, pero es más difícil de lo que parece.
El 8 de junio de 1972 se producía un hecho histórico para la comunicación, el fotoperiodista Nick Ut de la agencia Associated Press inmortalizaba a una niña corriendo desnuda con el cuerpo abrasado por el gas napalm. Una imagen que dio la vuelta al mundo sensibilizando a gran parte de la sociedad que vio por primera vez el horror de uno de los principales conflictos dentro de la Guerra Fría. Por fin, los ciudadanos veían de manera gráfica lo que pasaba en Vietnam, por fin entendían la gravedad de un conflicto y por fin empatizaban con los más vulnerables. Sería bonito pensar que esa imagen consiguió parar la guerra y de alguna manera impulsó la creación de movimientos pacifistas, sin embargo, 51 años después la dinámica no ha cambiado.
Seguimos en guerra y seguimos comercializando las fotos de los afectados. "Pero ese es el papel del fotoperiodista" Que sea una profesión no quiere decir que todas las imágenes sean necesarias para transmitir el horror del conflicto. Vemos un caso actual para ejemplificar esto: El manual de estilo de algunas corporaciones como la RTVE establece claramente que "los primeros planos de personas heridas y cadáveres son siempre innecesarios, incluso si se trata de víctimas de atentados terroristas; debemos describir el horror sin causas más daño a sus víctimas". Unas normas que han sido rescatadas durante la polémica de la última semana con el hallazgo del cuerpo de Álvaro Prieto, el joven sevillano desaparecido en la estación de tren de la ciudad andaluza. Tras ser enfocado en plena transmisión en directo, Jaime Cantizano, el presentador del programa, tuvo que pedir disculpas públicas por lo sucedido. Entendemos así la importancia de filtrar los elementos audiovisuales para contar un hecho que podía prescindir de esos fragmentos para transmitir el mismo mensaje.
Esta reacción en cadena, que se generó por redes ante las imágenes del joven, no ocurre de la misma manera cuando los protagonistas son extranjeros de zonas conflictivas. Ahí radica un problema que no tiene trazas de solucionarse, a menos que los medios de comunicación, sus integrantes y las plataformas digitales, encuentren un consenso para abordar las noticias de otra manera y censure aquella información que viole los límites establecidos.
Lucía.