Ya no somos amigos
La amistad cuando el contrato que parece ser infinito se rompe.
Están siendo meses de mucha lectura, mucha película y mucha reflexión. Me apetece crear, pero también seguir aprendiendo para futuras publicaciones más extensas. Igualmente, quería actualizar con unos párrafos sobre aquellos lugares que se sintieron como en casa, pero que nunca, por elección propia, podrían volver a serlo.
Me he llegado a mimetizar con personas, sintiéndome tan parte de ellas como mía, compartiendo mismos pensamientos y corazón. Persiguiendo el confort de su compañía. He creado algunos vínculos que parecían sacados de películas, vivido momentos como los que me gusta leer en los libros. Pero ¿Qué nos queda cuando todo acaba? La decepción de no encontrar forma de que continúe, la nostalgia perenne que nos sigue como una sombra cada día, los recuerdos que como autobuses vienen y van, proponiéndote el subirte a ellos y pasar un rato para dejarte de nuevo en el mismo punto en el que estabas. Antes solía aferrarme a esa vida de recuerdos, cogiendo líneas y líneas urbanas para no volver al punto de partida y enfrentarme a la realidad. Visitaba los archivos de historias de Instagram, dormía en mi galería, dónde acampaba entre las fotos. Escribía bocetos de textos que nunca llegaba a enviar (o sí) en los que podía suplicar para al fin coser la herida abierta. Habitaba en el período de negación, no conseguía pasar el duelo de una relación que muere.
Ahora soy la primera en dejar flores, despedirme. A veces vuelvo de paso para saber cómo le va a la persona, en forma de fantasma, sin implicarme demasiado. Otras las desahucio de sus casas en mi memoria, perdiéndolas de vista para siempre. Soy yo la que se consuela a sí misma en el luto, cada vez más fugaz, y soy yo quien borra el chat sin comerse la cabeza por esos mensajes destacados que tanto me gustaba leer.
Me he sentido huérfana al abandonar ciertos espacios en los que cohabitaba con otras personas, pero he acabado por arrancar la tirita sin pensar y exponerme al dolor.
Un dolor que al marcharse me ayudó a entender mejor en qué punto estaba y que es lo que necesitaba a mi lado.
La temporalidad es un concepto que nunca quise entender, que me creaba pánico e incertidumbre. No podía disfrutar de algo sabiendo que tendría final (y aún me cuesta) así que me implicaba al extremo emocionalmente, hasta la última gota, para sentir que duraría siempre. Disfrutaba tapando con la mano la fecha de caducidad de las relaciones hasta que ya era tarde, estaban pochas y tenía que tirarlas directamente a la basura. Así llegaron y se fueron amigos, dejando un espacio que antes necesitaba llenar con urgencia y ahora disfruto.