El desgaste de una lucha que divide más que une
Hace dos días del 8 de marzo, Día de la Mujer, y en vez de sentirme como en años anteriores, eufórica por manifestarme rodeada de mujeres de mi ciudad, pasé por distintas fases de reflexión durante toda la jornada. Horas antes de la marcha, estaba en una cafetería cuestionando si ir o no, buscando la motivación innata de otros años, el impulso que me llevaba directa al medio del follón con mi pancarta. Este año no hubo pancarta y por poco no hay manifestación.
Todo el año escribo, expongo, defiendo, reivindico, lucho y, sin embargo, no encontraba las fuerzas para recorrer las calles, codo con codo con madres, hijas, hermanas, amigas, conocidas y anónimas que comparten esa búsqueda de la igualdad conmigo. No conseguía entender la diferencia de otros años a este, la debilidad de las piernas y pesadez de los hombros. Finalmente, en la manifestación me encontré con una escena que dio respuesta a todo ese cansancio físico y, sobre todo, mental. Varias manifestaciones separadas por un espacio, gritos que desaparecen con intervalos de silencio, hasta la llegada de la siguiente. Incluso los desfiles de Carnaval se coordinan mejor y no permiten esa ausencia de sonido, de vida. Por momentos las calles morían y con ellas toda la lucha, a manos de la división del movimiento en distintas parcelas que reclaman este día como suyo propio y no del conjunto de mujeres. Nos hemos vuelto egoístas, adquirido comportamientos que solo fomentan nuestro propio entierro y dinamitan todos los pasos que hemos dado hasta llegar aquí. La división del movimiento ha envenenado la historia, ha creado abismos entre las mujeres porque un grupo ha decidido excluir a una parte de ellas.
Una manifestación excluyente se mezcla entre la multitud, confundiendo a muchos de los presentes que la siguen por inercia y desconocimiento. Acompañan a un grupo que ondea las banderas verdes con orgullo, creando un muro de piedra a su alrededor, animando a sumarse a su lucha personal que solo defiende a las mujeres con vagina. Es en esos silencios entre las marchas en donde acabo disociando, planteándome hacia dónde caminamos.
Antes me preguntaba cómo era posible que tantas mujeres adultas dejasen de implicarse en el movimiento, ahora en parte entiendo que si los cambios son tan mínimos, con parsimonia, cada día te despiertas con noticias de violaciones, abusos sexuales, acoso, asesinatos y maltrato, acabes quedándote en casa. Luego sales a la calle y te encuentras con mujeres enfrentadas entre sí, que se apropian de la fecha a su gusto porque han decidido que su forma de pensar tiene más peso que la lucha. Desde que el concepto ‘mujer trans’ entró en mi cabeza en ningún momento he dudado de su validez, ni de la necesidad de defender a esas mujeres como si fuesen yo misma, porque entiendo el privilegio que tengo y asumo utilizarlo para darles voz, eco y potencia, incluyéndolas en un movimiento que es tan mío como suyo. Así, nos manifestamos todos los años y, en cambio, seguimos viviendo los mismos patrones, opresiones y sobre todo repitiendo errores. Los cambios no son suficientes para el futuro que luchamos por alcanzar.
Hace dos días me manifesté por mi hermana pequeña, para que esas niñas o adolescentes no vivan ni sufran lo que otras mujeres y yo hemos sufrido. Hace dos días me levanté por ella, alcé mi voz y recorrí las calles bajo la lluvia intermitente para que su futuro sea más esperanzador que el actual, por darle esa seguridad que aún hoy se nos niega repetidamente. También por darle altavoz a todas esas voces que no tienen fuerzas para luchar y se han quedado en casa, por su descanso hoy lucho, quizás ellas lo tengan que hacer por mí el día de mañana. Por ese relevo generacional y esos turnos consigo sacar las fuerzas, porque puede que algún día yo no encuentre esa motivación y ojalá entonces haya mujeres que sigan saliendo, cortando el tráfico en una ciudad que se detiene con ellas.
Verdaderamente es triste pensar con 20 años en que la lucha provoque cansancio, en que alguien te sustituirá cuando faltes y eso precisamente evidencia la cantidad de errores que se siguen cometiendo y dinamitan el feminismo. Los obstáculos que día a día como piedra en el camino debemos de saltar, aun queriendo darle una patada y lanzarla tan lejos como sea posible, se convierten en grandes rocas y el propio movimiento es una de ellas. Hemos perdido la unión contra ese objetivo en común y ahora somos nuestras peores enemigas.
Mientras siguen siendo violadas, acosadas, abusadas, maltratadas.
Mientras siguen muriendo y nosotras con ellas.
Lucía