Insomnio y miedo, la dupla galáctica
Aprender a no dormir es fácil, lo complicado es desaprender porque, al contrario de lo rápido que se va la información que estudias para un examen, cuando los horarios de tu cuerpo cambian o adquieren una nueva costumbre, estás perdido. Ahí entran en juego los videos de relajación, las infusiones, los métodos de respiración, cambiar hábitos. Te ves y estás cada noche siguiendo pautas, un ritual con velitas y luz tenue para meterte en la cama y seguir escuchando el latido de tu corazón a todo volumen, palpar lo revueltas que están las sábanas, lo incómodo que es tu cuerpo en todas las posturas y el reloj corriendo una maratón hasta llegar a las 5:00. Pienso en cosas que me dan miedo como en la muerte de mi entorno. Que se me arrebate de las manos el tiempo de la gente que quiero. Sentir que vivo en un videojuego con vidas infinitas hasta que la realidad me golpea y veo como el color de las fachadas pierde la intensidad, aparecen más grietas en la pared, mi gato cada vez es más grande y cambia sus hábitos, o se acerca el momento de acabar la carrera.
Empiezas con paciencia y mimo, hoy será una noche distinta, dejas los dispositivos electrónicos para no ver nada, te acurrucas, acomodas la almohada. Mañana tengo que ir al gimnasio, hacer una llamada grupal para revisar el trabajo, coger unas cuantas cosas en el súper y mierda la farmacia, no se me puede olvidar otro día más la farmacia. Pruebas a engañar a tu respiración, moldearla hasta notar como bosteza, repetirte el mantra de "respira e inspira". ¿Habrán arreglado el ordenador? Porque si no tengo que buscar una alternativa. Coge aire cuatro segundos. A veces pienso en como habría cambiado mi vida si hubiese estudiado en otra ciudad. Aguántalo durante siete segundos. Me da miedo no llegar a vivir todas las vidas que me gustaría, visitar todos los espacios que me gustaría conocer, experimentar, sentir. Expulsarlo lentamente otros ocho segundos... ¿Qué pasaría si empezase de cero? No solo la universidad, con las personas que conozco, con mi forma de ser, con mis gustos. Tengo miedo al efecto mariposa, de que las decisiones que tomo me alejen de otras que quizás me gustarían igual o más. Otra vez más, respiras... Debería revisar las alarmas, igual no puse suficientes. Aguantas. Qué agujetas tengo del gimnasio en esta postura, mejor me muevo. Lo dejas ir. Y la que se va es la noche, buenos días, tienes la alarma avisándote de que se acabó el descanso.
La muerte está muy presente en mi vida, convirtiéndose en el punto neurálgico de todos mis miedos y pensamientos intrusivos, especialmente de noche. Desde que alcancé los dieciocho años el tiempo empezó a correr muy rápido o quizás soy yo la que ha empezado a vigilar el calendario, a tenerle miedo a las horas que corren en mi contra. Me da miedo ver morir lentamente a mi entorno. Que se me arrebate de las manos el tiempo de la gente que quiero. Veo las caras de mis abuelos y pienso que en mi mente llevan estancados en los 50 años, que no se han jubilado ni tienen una pensión. Veo que soplan las velas y es ese aire el que me recorre como cuando voy por la calle en invierno y me aprieto la bufanda al cuello.
Es mi hermana la que cambia de escenarios, de ropa, de gustos, pero sigo viendo a la niña que veía las mismas películas en bucle, hasta dos o tres veces en un día, abrazaba un osito y me llegaba a la cintura.
Son mis padres los que van y vienen del trabajo, cambiando la decoración de la casa, añadiendo fotos nuevas, poniéndose gafas, cuando siempre llevaron los ojos despejados.
Son ellos los que mudan de piel. No yo.
Tengo miedo a la muerte de la risa, mirada, caricia, del ronroneo y maullido, del abrazo, de las comidas en común o las celebraciones; de la ausencia de ruido en la casa, de la lágrima que no cae pero se queda viviendo perennemente en el ojo o el grito atrapado en la cárcel de la garganta. Quiero darle vía libre a esas emociones, soltarlas, dejarlas ir.
Tengo miedo de las flores de recuerdo, de ir a cambiarlas a un lugar cada cierto tiempo, de las despedidas sin avisar, y de las que ves venir de lejos.
Tengo miedo de no vivir todas las vidas que quiero, de no tener la oportunidad de probar cada día una nueva, completamente distinta a la anterior.
Tengo miedo de olvidar las primeras sensaciones y suelo escribir lo que sentí en ellas para poder recurrir a las letras cuando la memoria de mi cuerpo me falle.
Tengo miedo del miedo que tengo cada vez que miro a los ojos de alguien que quiero, de como miro mi vida como quien mira una película y ya sabe el final del que no puede escapar.
Tengo miedo de tantas cosas que a veces necesito descansar para poder hacerle frente.
El tiempo vuela dicen, para mí derrapa en una carrera de fórmula uno que me recuerda que la estabilidad que tengo ahora se tambaleará hasta romperse. Antes deseaba crecer y escapar. Ahora me aferro a la comodidad que encuentro en casa y lloro ante la idea de que algún día falten rostros en ella. Lloro y lloro mucho porque se ha activado una alarma dentro de mi cabeza que me recuerda lo efímero que es todo.
Al final el miedo es una de las sensaciones que más me acompañan en mi vida y pese a convivir con ella no hemos conseguido establecer una buena relación. Con esto, no vengo a soltar un discurso de superación del miedo porque en realidad aún no lo hay, solo enseñar que detrás de todo lo que hago, escribo y vivo, de la fachada de las redes, hay una persona que tiene mucho miedo al paso del tiempo y la vida.
Y no tiene nada de malo.