Abrazando la desnudez

La ropa marca la diferencia en aspectos determinantes de nuestras vidas. A la hora de conseguir un trabajo, de conocer a alguien, de ir a un acto formal, de salir de fiesta, de ir a clases. La ropa nos define y crea barreras con aquellas personas a las que no les gusta como vestimos o conciben nuestra forma de vestir inadecuada para una situación. La ropa perpetua los estigmas y los prejuicios, creando barreras sociales, otorgando más validación a determinadas prendas, marcas, precios y sexualizando otras.

Cómo sería todo si nos hubiésemos acostumbrado a vivir desnudos desde pequeños porque el clima nos ha adaptado a ello. Vivir sin tallas, sin diferencias sociales por las marcas de ropa, sin esos lujos, sin tapar cada centímetro de nuestra piel. ¿Tendríamos menos complejos?, ¿Nos aceptaríamos mejor? ¿Existiría la misma sexualización? Si estamos acostumbrados a esa desnudez, como concebiríamos lo erótico, lo sensual, lo puro, lo provocativo. ¿Tapándonos? Si volvemos lo tabú corriente que sería lo considerado "tabú". Estaríamos todos al descubierto, sin morbo, sin especulación, sin expectativas, sin juegos de imaginación, sin comentarios sobre cómo será tu cuerpo. Es lo que ves, nada más. Sin tallas que los diferencian ni la presión por ajustarse a ellas. Sin uniformes, ni ropa interior, ni chaquetas de marca, ni disfraces, solo piel.

Toda esta distopía me llevo a leer sobre la desnudez y sus beneficios. De un artículo sobre lo bueno que es dormir desnudo llegué a otro y así sucesivamente, mientras toda esta idea que os contaba cobraba más fuerza. Algunos de los puntos que más se recalcan es la autoestima que ganaríamos al vivir desnudos, creciendo al mismo tiempo rodeados de diferentes tipos de cuerpos (como ahora) con la distinción de que normalizaríamos esta variedad de la mano de la desnudez. Me explico, si desde pequeño no te enseñan lo que es la ropa y creces en un entorno en el que todas las personas están desnudas, veríamos como algo natural que no todos los cuerpos sean iguales. Dejaríamos a un lado ese miedo al quitarnos las prendas, no encajar o ver un reflejo que no nos gusta en el espejo, porque ninguna prenda cubriría los cuerpos de nadie, veríamos que la diversidad protagoniza a la sociedad y no el canon que vemos en la televisión o redes sociales. ¿Cuántas personas tienen miedo de desnudarse delante de alguien y sufrir un rechazo? ¿Cuántas veces hemos flagelado nuestro propio cuerpo por creer que es distinto y peor que el del resto? Si esa diferencia fuese la regla, nos educásemos y aprendiésemos de ella, viéndola desde pequeños, entenderíamos y aceptaríamos mejor nuestros cuerpos y a su vez el de las personas de nuestro alrededor.

Tampoco nos obsesionaríamos con la idea de la talla perfecta, de entrar dentro de unos números o medidas, estar entre una 36 y 38 o 40 y 42 o encima o debajo de todas ellas. Dejaríamos a un lado la ansiedad de notar que el pantalón empieza a apretar o flojear, que nos queda bien de cadera, pero corto de pierna, o que todas las tallas parecen excesivamente pequeñas para nuestro cuerpo. Se acabarían las pasarelas de moda, la publicidad basada en cuerpos delgados y tallas pequeñas, el no encontrar cuerpos reales en ellas sin que sea a base de una inclusión en muchos casos forzada, que no acaba de encajar con las necesidades de la audiencia.

Que la desnudez haya sido censurada, perseguida y condenada en numerosos ámbitos no significa que sea mala. No estoy haciendo un alegato a ir por la calle sin ropa, pero sí a hacer una reflexión personal sobre cómo cambiaría todo si no hubiésemos conocido la ropa, si nunca nos hubiésemos tapado. Hasta qué punto algo tan pequeño puede causar tanto impacto y que consecuencias tendría su desaparición.

La ropa esconde cuerpos muy diversos que merecen ser queridos, tratados con cariño y buenas palabras, probad a imaginar cómo sería todo si no existiese, como ejercicio personal, ya me contaréis.




Lucía.



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