Septiembre de nostalgia

Empezando tercero de carrera después de un verano de auténtica desconexión necesito detenerme durante unos segundos para coger aire. A veces me siento mal conmigo misma porque me cuesta disfrutar de lo que estoy viviendo, por haber pasado tanto tiempo fantaseando con el futuro, y ahora que estoy camino de, construyendolo, intento viajar una y otra vez al pasado. Abrazar los cambios se me hace bola. El paso del tiempo es abrumador, porque en un parpadeo se te va medio año, y ya son las campanadas, y feliz año nuevo, primavera, verano, otoño, en bucle, hasta comerte la última uva cuando aún tienes las del año pasado en la garganta. Es un reto diario para mi mantener los pensamientos intrusivos, el miedo ante el paso de los minutos, horas, semanas, a raya. Despertarme con el sonido de la alarma sabiendo que me alejo a pasos agigantados del comfort que tenía en la cama de la habitación de mi casa, saber que dormiré en muchas diferentes, sin la funda nórdica que tenía de pequeña, o el gato apoyado en la almohada. Divago entre los deberes que tenía que entregar en el instituto, cuando pensaba que me daba tiempo a hacerlos en el cambio de hora y acababa con un negativo porque efectivamente, no era tan rápida o me levantaba de noche porque no daba dormido por los nervios y los hacía a escondidas. Me acuerdo de cuando convencía a mis padres para ir a dormir con mi abuela, que me metia una bolsa de agua caliente para calentarme en invierno, me preparaba rollitos de queso con membrillo y veíamos películas de miedo, luego me levantaba y caminaba con música hasta llegar a la clase y ciertamente el mundo se sentía diferente a esas horas de la mañana. 

Se me ha quedado instalado el sabor del café que tomaba en los recreos, sentada en una mesa con mis amigas, con las que ya no comparto ciudad por los estudios, y pienso en por qué no rompí el reloj en algunos de esos momentos para poder disfrutarlos un poco más. Hasta extraño ir a la biblioteca para fingir que hacíamos cosas, creernos mayores, rodeadas de universitarios mientras hacíamos apuntes de historia del arte o alguna otra asignatura, esperando a tener una excusa para hacer el próximo descanso de hora y media. Incluso en las clases, en las que me dormía por el sueño, tenía la tranquilidad, en ese momento frustración, de vivir en una constante rutina, que ahora observo con envidia. Seguiré odiando correr un lunes a la mañana en el patio en pleno invierno, las matemáticas, faltas por puntualidad, clases interminables y problemas adolescentes pero extraño la ilusión de tener aún toda la carrera por delante, las expectativas al respecto, despertarme con las voces en casa, con el olor a café y maullidos de Simba, con las comidas de mi abuela, sin trenes o distancia de por medio. Extraño la comodidad de leer en el puf con el radiador al lado, que venga mi hermana a molestar, que se acabe quedando leyendo a mi lado, ver como el árbol de delante de mi ventana cambia con las estaciones y que mi mayor preocupación sea que me salga bien la raya del ojo o que mi pelo quede perfectamente liso por detrás. 

Olvido que todo eso se acabó, y cuando recupero la memoria me invade una tristeza de color azul intenso, que me nubla por dentro y tengo que hacer una gran labor para ser consciente del momento, de lo que estoy viviendo, lo que me queda por vivir. Supongo que a todos nos pasa, que las etapas se recuerdan con cariño cuando las ves desde lejos, al final de eso va la vida, de crecer, dejar cosas atrás, aunque me sienta pequeña ante los cambios y quiera refugiarme en el pasado. Una parte de mi tiene esa nostalgia perenne por lo que fue y nunca volverá a ser, por mis versiones antiguas que tiendo a idealizar, aunque en el fondo sepa que ahora estoy en un punto mucho más sano, más feliz. 

A veces tengo que frenar, permitirme descansar en estos pensamientos para volver a coger el ritmo, bajar la guardia, recordar y acariciar todo lo que fui y me permitió estar aquí ahora. Aceptar que mi pasado siempre estará conmigo y que puede acompañarme, en el lugar que le corresponde, detrás, sin frenar mi camino.





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