Y ahora nos pinchan.

Esta entrada nace de la frustración interna que llevo acumulando durante días y necesita ser apaciguada de alguna manera. Hace un par de semanas empecé a encontrarme en mi página de inicio de Twitter con imágenes de pinchazos y testimonios de distintas mujeres que los han sufrido. Poco después, buscando en las noticias salían más y más denuncias e investigaciones al respecto. Las historias de Instagram se sumaban a la difusión de estos casos que sinceramente me quitan el sueño. Estando de vacaciones me propuse posponer el tratamiento de algunos temas para poder informarme en condiciones sobre ellos antes de subir una entrada al blog, especialmente aquellos que trataban temas como la prostitución o violación tanto de las mujeres como de alguno de sus derechos.

Hoy me centro en la sumisión química que como definición breve sería la práctica de inyectar sin consentimiento algún tipo de droga o sustancia que altere la voluntad o capacidades de una persona con la intención de dejarla vulnerable y poder utilizarla. 

La sumisión química no tiene que derivar en una agresión sexual para entender lo grave que es que en vez de disminuir las técnicas que amenazan a las mujeres solo crezcan, innovándose o recuperándose del pasado. Al pincharte no solo te exponen a la inyección de una droga, sino también a una enfermedad como puede ser el VIH o la hepatitis, si esa aguja ha pasado de piel en piel, a una reacción alérgica o una combinación de fármacos que te pueden provocar daños. Un peligro con múltiples consecuencias, aunque la más viralizada sea como cité anteriormente el abuso.

Dicho esto analicemos la situación. Una persona entra con una jeringuilla a una discoteca, pincha a una mujer y esta se va mareando hasta desmayarse o sentirse tan débil que es incapaz de caminar por sí misma. Si da la casualidad de que esta mujer no notase el pinchazo, porque ha bebido, no está informada de estos casos, lo confunde con otra cosa, o no le da importancia y se encuentra en un momento determinado sola, ¿Qué le puede pasar? ¿Ahí también el problema será de ella por no ser consciente de este peligro? Quizás por salir de fiesta, por no actuar con rapidez, por beber, estar disfrutando con sus amigas o ir al baño sola. Al menos esto es lo que da que pensar que con más de 60 denuncias el protocolo sea acompañar a las chicas que son pinchadas hasta que venga la policía y no establecer medidas de prevención o actuación duras hacia los portadores de las jeringas. La responsabilidad de cuidarnos es nuestra y si salimos nos estamos exponiendo, esa es la realidad. Un ojo mirando al vaso, otro mirando a nuestras amigas, otro en nuestra espalda, otro vigilando quién se nos pega. No hemos nacido con diez ojos que sean capaces de abarcar todo esto y además disfrutar de una noche normal. No salgo de fiesta para analizar el entorno, las personas que se me cruzan, a qué espacios me puedo acercar, que puede pasar si me separo unos minutos de mi grupo. Súmale a eso que también somos protectoras de las mujeres de nuestro alrededor porque nadie lo es por ellas más que nosotras, así que al final estaremos intercambiando aún más miradas por si alguien decide pincharnos.

Pese a que los medios anuncian que no se están detectando positivo en drogas en los análisis de las denunciantes, existen numerosos testimonios de mujeres que a través de redes adjuntas fotos de los pinchazos, contando como vivieron los síntomas en distintos escenarios. La negatividad de ese test no es una prueba fiable de que no haya existido esa sustancia en el organismo de la víctima, algunas de ellas se eliminan con gran rapidez de nuestro cuerpo o no se encuentran registradas al ser nuevas. Con cada pinchazo el miedo crece y las familias empiezan a aconsejar no salir, tener cuidado, alejarse de los grupos. De nuevo somos nosotras las que tenemos que andar con cien ojos por si alguien decide pincharnos. Parece que nos quieren echar de los espacios públicos, generar pánico, vulnerabilidad, o al menos eso es lo que se entiende con aquellos pinchazos que no contenían droga, pero que sí consiguieron asustar a las víctimas y crear alarma social. 

Estamos cansadas de intentar convencer a la gente de que esto no es normal y, sin embargo, ocurre todo el tiempo, de dialogar con quiénes nos consideran exageradas, de justificar cada mínimo aspecto de nuestra vida o hábitos o aprender métodos de actuación ante cada amenaza mientras estas continúan reinventándose. Hoy escribo frustrada porque no sé qué más hace falta para los que defienden que la violencia, el odio, el acoso, maltrato hacia las mujeres no existe. Me cansa vivir con la constante sombra de que me puedan seguir por la calle, me arrinconen, me droguen, me agredan, me violen y ahora que me pinchen. Me cansa el doble que aún exista diferentes posturas ante todo esto cuando la situación es clara. Que no vivas estas situaciones en tu propia piel no te exime de la responsabilidad y el compromiso de ayudar a aquellas que sí lo viven, en este caso las mujeres. 

Ante todo este cúmulo de emociones siento enfado, porque sigue siendo un entorno hostil para nuestras hermanas, primas, amigas, conocidas y en general niñas que van a crecer con más peligros y, en cambio, la misma protección hacia ellos. No estamos a la altura de las nuevas generaciones ni podemos asegurar que estarán a salvo de las amenazas que llevan viviendo nuestras abuelas, madres y ahora nosotras. El mundo sigue avanzando, pero nosotros corremos en dirección opuesta. 



Lucía.

Entradas anteriores: