Leer entre líneas.

La pasión por la lectura se la debo a mi madre.

Creo que es uno de los regalos más bonitos que me ha hecho o al menos el que más disfruto. Cuando pienso en ella vienen a mi cabeza recuerdos de sus manos agarrando un libro, sentada en cualquier parte de la casa, en la playa, con el gato sobre las piernas. Perdiéndose entre pasillos de librerías, con varios tomos entre los brazos, con firmeza, como si alguien se los fuera a quitar, pero desbordando cariño, deseando llegar a casa y sumergirse en sus nuevas lecturas. De ella adquirí esa manía de perderme, de ser incapaz de pasar delante de una librería sin entrar y tener la costumbre de salir siempre de ellas con un nuevo integrante para mi estantería. Un capricho caro si tenemos en cuenta las veces que visito a la semana estos lugares. Ir a la Casa del Libro es mi pequeño ritual. Cuando la ansiedad me azota el pecho y noto los nubarrones grises amontonándose sobre mí, corro en busca de libros. Me escapo entre las páginas, interrumpiendo escenas para sentirme parte de ellas durante el tiempo necesario para que se calme la tormenta. Me acurruco como un niño en los brazos de distintos personajes que se vuelven más reales que yo misma y me acompañan en cada trayecto del tren, de camino a la facultad, dentro del bolso, como apoyo incondicional. Escapar a la lectura cuando sentimos mucho o bien no sentimos nada es una de las cosas que tenemos en común. Dejamos las emociones en la puerta para entrar en un nuevo mundo dónde perdernos durante horas, días, meses. Explorando cada palabra, que se convierte en un bálsamo, una manta calentita en invierno o una bebida fría en días de calor. Siempre nos da lo que necesitamos.

Mamá tiene varios libros en la mesilla de noche, al lado de la cómoda, en los cajones de la sala, sin tener en cuenta la amplia estantería que cubre una de las paredes y apenas tiene espacio para más tomos. Aun así la cambia cada cierto tiempo para que los libros no cojan polvo y pueda meter alguno más de por medio. 

También tiene un E-book, pero prefiere el papel. Coincidimos en eso, no hay nada que se iguale a la sensación de oler un libro nuevo, pasar sus páginas. Compartimos el gusto por lo tradicional. Siempre me rio de ella porque si pudiese se llevaría media tienda en un día, aunque yo haría lo mismo y acabo quejándome de la rabia que me da no tener ni el tiempo ni los medios para abarcar todo lo que me gustaría.

Uno de los autores que me regaló fue Carlos Ruiz Zafón. Me leí la trilogía de la niebla a bocados, devorando los capítulos con ansia, deseando saber más y más, entregándome por completo a sus personajes, su narración y su fantasía. Poco tiempo después me regaló Marina. Aunque ninguno pudo sustituir a mi favorito, Luces de Septiembre. Quizás el libro que ella me recomendó que más me marcó fue La ladrona de libros. Recuerdo que lo leí hace muchos años, al empezar el instituto y aun a día de hoy consigo rememorar las sensaciones que dejó en mí. La tristeza que recorría mi cuerpo a medida que conocía más y más detalles de la historia, los bombardeos, la guerra, el terror y la muerte. Saber que ese libro no era puramente fantasía, que retrataba la realidad. Nunca conseguí dejar atrás esas páginas.

Saltando de libro en libro, fui confeccionando una devoción por la lectura, que sufrió un parón durante un par de años y ahora he retomado. Volviendo a consumir literatura en grandes cantidades, acudiendo a la sección de feminismo de las librerías, para luego pasar a la de ficción, romance, histórica, fantástica y contemporánea. Repasando los títulos que vienen y van, leyendo los resúmenes traseros, fantaseando con hacerme con una casa llena de libros. Vivir rodeada de ellos, por todas partes. Revoloteo entre los libros de bolsillo, buscando las mejores ofertas o tiendas de segunda mano, presumiendo de obtener una ganga y sufriendo en silencio por aquellos que me han costado más. Porque ser universitaria y bibliófila a veces es complicado.

He tenido la suerte de crecer rodeada de mujeres que leen, que recomiendan, que hablan sobre ello y sobre todo que han fomentado mi gusto por la lectura desde la infancia, regalándome ejemplares de todo tipo. Mi abuela (de la que hablaré próximamente) siempre me dice que cuando íbamos a La Región me quería llevar todos los libros de curiosidades que veía. Desde los atlas, hasta el océano, pasando por animales, el espacio y sobre todo Egipto. Intereses que a día de hoy mantengo.
Lo mismo ocurre con mi otra abuela, que desde que tiene un E-book no para de leer. Mi madre lee, yo leo y mi hermana pequeña se está convirtiendo en una gran competidora, tanto en físico como en digital. Falta el gato, pero de momento prefiere tumbarse encima de los libros o morder los bordes de las páginas.

Esta sinergia literaria es de las cosas que más me han influido en mi vida, ayudando a moldear la persona que soy hoy en día. Me despido, recalcando lo bonito que es encontrar algo tan diverso como la lectura. Si siempre has pensado que no es para ti, quién sabe, igual no has encontrado el libro correcto.

A ti mamá, gracias por darme la vida, los libros y las ganas de escribir sobre ellos.


Lucía.

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